#RelatosDeLaFrontera | El desgraciado no tiene cabeza ni corazón…

imagen cultura unoPor Ismael Valencia Ortega*

Resueltos los conflictos de mediados del siglo XIX, la sociedad sonorense se vuelca en la perspectiva de una ruta de progreso, que avasallaba los rituales tradicionales de sus componentes, las actitudes y estilos de vida ruda, pretendiendo tomar los caminos de una disciplina establecida desde las esferas del gobierno y no de las prácticas de cada uno de los grupos sociales.

Consolidada la posición de los nuevos representantes del poder, como los comerciantes y el capital extranjero, inician la discusión en torno a conceptos básicos de un esquema social que orientara la conducta de los ciudadanos, es decir, la sociedad ideal vertebrada desde el Estado hasta la Familia, donde todos quedaban sujetos a respetar, sin discutir o alegar condiciones de exclusión discrecional.

Pero tarde que temprano algún miembro de aquellos que propusieron el nuevo código de comportamiento social, enfrentan en carne propia los términos que desde las esferas de poder dictaron, para que fueran obedecidos por todos. Difícil resultaba obedecerlos cuando uno de los retoños de la familia se entregaba a los placeres de cantinas y casas de cita en la ciudad de Hermosillo.

imagen cultura unofffff

Con una visión prejuiciosa de la sociedad del siglo XIX, seria común aceptar que las clases bajas tenían una proclividad al desorden, la vagancia y la embriaguez, pero en un hijo de la clase alta era mortificante, e inadmisible que se hiciera público. Angustiado, Juan Pedro M. Camou parece haberle narrado a su tío Juan Pedro sus pesares el 12 de noviembre de 1897:

“Con profunda pena tengo que comunicar a usted que mi hijo Roberto se nos esta perdiendo por completo y ya no sabemos que hacer con él. Tenemos agotados todos los medios de que se puede disponer aquí para aportarlo del camino torcido que lleva, pero todo es en vano y no quiere retroceder ¡ En varias ocasiones se nos ha ido de la casa y ahora lleva ya como ocho días de andar afuera en una completa orgía con leperillos de su edad más o menos en casa de las prostitutas y en los mayores desórdenes! El desgraciado no tiene cabeza ni corazón, circunstancia fatal que lo conducirá, al abismo, matando a sus padres a pesares.”

La respuesta recibida del tío el 16 de noviembre, retó su doble carácter de padre rígido y disciplinario y el temor de peores resultados derivados de los castigos:

Roberto no ha vuelto aun a casa.

De las medidas que propone usted, la de poner en el Colegio Militar, no podía llevarse adelante, porque parta entrar a esa escuela, exige actualmente que los alumnos hayan cursado ciertos estudios que Roberto no conoce; y la de ponerlo en un buque de guerra, me parece aun demasiado cruel, porque tal vez con esa cosa no se lograría, sino que el muchacho acabara de descarar y en cualquier puerto que tocaran se huiría. Ponerlo en una escuela correccional, también sería malo, porque equivaldría a tenerlo en una prisión revuelto con toda clase de criminales, cosa que no conviene. El caso es difícil y penoso y le aseguro a usted que no se que hacer.”

cartauno cultura

Parte de ese proceso de preparación del ciudadano a la vida de los nuevos valores sociales, fue la construcción de las instituciones que se encargarían de concretar esos ideales a la par de sus instalaciones. Los edificios penitenciarios y correccionales, cuarteles militares, son los símbolos materiales en que la disciplina física sería la mejor manera de llevar al nuevo orden moral deseado. Hoy seguimos a la búsqueda de las soluciones, enfrentados al hecho de que las instituciones requieren replantearse de acuerdo con la dimensión de la raíz de esos conflictos éticos y morales.

Por Ismael Valencia Ortega*Doctor en Historia por la Universidad de Sonora

TAGS: