Ni quien recuerde la Revolución

Llegamos a Hermosillo en pleno día de la Revolución Mexicana y lo primero que advertimos fue una celebración fría, débil y sin el esplendor de antaño.

El desfile conmemorativo ya había cruzado las calles de la capital, en esta ocasión la ruta va de sur a norte, comienza en el Auditorio Cívico del Estado y concluye en la zona hotelera de la salida a Nogales.

No observamos pendones ni letreros alusivos al festejo que en tiempos pasados se conmemoraba con grandes despliegues: carros alegóricos, bandas de guerra, deportistas en acción, legiones de educandos con los atuendos de Zapata, Villa, Madero y demás héroes revolucionarios, sin faltar a las populares adelitas.

Vaya ni siquiera contingentes armados ni los cientos de jinetes que en sus briosos corceles emulaban a los campesinos que lucharon por justicia e igualdad en contra del eterno y odiado dictador Porfirio Díaz.

En otras poblaciones como Cananea, entendemos que la celebración tuvo mayor realce, pero en Hermosillo pareciera que la Revolución Mexicana ha muerto a pesar que fue en Sonora donde se gestó buena parte del movimiento y donde surgieron los caudillos Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, entre muchos más.

Año con año el 20 de noviembre pierde fuerza y reconocimiento, será porque queda cada vez más claro que los logros de la Revolución Mexicana fueron efímeros y controvertidos.

En cambio la imagen del dictador Porfirio Díaz se reivindica por la sencilla razón de que lo mexicanos estábamos mejor comparativamente en su época que en los días que hoy vivimos.

Se dotó de tierra a los campesinos, pero persistió la pobreza y la marginación. Se suprimió la reelección, sin embargo el sufragio no fue efectivo sino hasta finales del siglo XX a pesar de que el partido emanado de la Revolución gobernó durante setenta años.

La dictadura de un presidente fue suplantada por la de un grupo gobernante y la igualdad, justicia y repartición de la riqueza es hasta hoy en día un objetivo no alcanzado.

Para colmo los principios que proclamó en materia económica el movimiento revolucionario ya no existen o tienden a desaparecer como el estatismo, la propiedad ejidal, la economía mixta, el corporativismo sindical, etcétera, etcétera.

Vaya ni siquiera la Revolución fue capaz de establecer un salario mínimo justo y remunerador, incluso las empresas chinas que fincaron su expansión en sueldos miserables, ya pagan mejor que las mexicanas.

En suma, el movimiento de 1910 que dejó harto dolor y muerte en el país y que a la vez despertó expectativas descomunales de cambio, es hoy en día letra prácticamente muerta.

Por todo lo anterior sería por demás conveniente para los mexicanos darle vuelta a la hoja para dejar a un lado una celebración que a pocos convence y emociona.

Tenemos afortunadamente el festejo de la Independencia de México, una gesta que sin duda enorgullece y entusiasma a los mexicanos porque es el origen de nuestro país y de nuestra patria.

A querer o no el 20 de noviembre se ha convertido en un mero puente vacacional y más recientemente en una fecha comercial llamada el Buen Fin que emula al Black Friday norteamericano.

Antes de caer en tal exceso mercantilista, ¿será posible encontrar otro motivo mexicano y nacionalista para ser celebrado? Por ejemplo, el despertar de la sociedad que luego de años fatídicos en la década de los 90 concluyó con la transición democrática del año 2000.

O bien festejar en esta fecha especial la solidaridad despertada en la sociedad mexicana en momentos cruciales como los terremotos de septiembre de 1985 y los recientes del 2017.

La propuesta está planteada y queda ahora en sus manos, estimado lector.

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