¿Quién entiende a Trump?

Como para enfatizar el ciclo de mala suerte para los inmigrantes, Donald Trump viajó el pasado martes 13 a San Diego, California, en donde revalidó su agresiva y discriminatoria política en contra de los indocumentados.

Sin ninguna consideración hacia la aportación de los extranjeros a Estados Unidos, el presidente norteamericano visitó la línea divisoria con México para supervisar los ocho modelos de construcción para el tan prometido muro fronterizo.

Ahí Trump se dio el lujo de regañar al gobernador de California, Jerry Brown. Sostuvo que el mandatario ha tenido un terrible desempeño tanto por mantener un alto nivel de impuestos como por su política de apoyo a los inmigrantes a través de un estado santuario.

Un día antes, Brown publicó un desplegado en la prensa nacional en donde criticó la construcción del muro fronterizo y dijo que gracias a la labor de los inmigrantes California es hoy en día la sexta potencia económica en el mundo.

“En California -precisó Brown- nos estamos enfocando en puentes, no en muros. California prospera porque recibimos inmigrantes e innovadores de todo el mundo”.

La primera visita de Trump como presidente a dicha entidad ocurrió en medio de tensiones, protestas, júbilo y algunas barbaridades como el desgarramiento de una bandera mexicana que realizó un fanático.

Venía además precedida por la turbulencia que vive Washington luego de una serie inusitada de renuncias de miembros del gabinete de Trump. Ese martes por la mañana, el Presidente anunció a través de un tuit la destitución del secretario de Estado, Rex Tillerson, quien será relevado a finales de este mes por Mike Pompeo, director de la CIA hasta hace unas horas.

Un golpe durísimo a su dignidad debió sentir Tillerson por la manera tan poco diplomática de Trump para anunciar su salida luego de haber servido por quince meses a su administración.

Frente a la línea fronteriza, en donde abundaban simpatizantes y opositores al empresario neoyorquino, Trump repitió su cantaleta de que el muro era necesario para impedir la entrada de delincuentes, narcotraficantes e indocumentados a su país.

Pero en esta ocasión exageró al señalar que “si no tenemos un sistema de muros, no vamos a tener un país”.

De manera inusual no habló de cobrar la barda a México, por el contrario y aludiendo al Centro de Estudios de Inmigración, dijo que el costo de 18 mil millones de dólares de su construcción se pagará por sí solo al frenarse la importación del crimen, las drogas y la inmigración ilegal.

Trump, quien dice ser admirador de Ronald Reagan, difiere notablemente en varios de sus postulados ideológicos, especialmente en materia de migración y de comercio.

En 1986 el presidente Reagan promulgó la llamada Ley Simpson-Rodino para legalizar a tres millones de inmigrantes al tiempo que incrementó las penas a empresas que contrataran a trabajadores sin documentos.

En aquella ocasión, el mandatario enfatizó que “esta ley mejorará las vidas de individuos que hoy se esconden en las sombras… muy pronto muchos de estos hombres y mujeres podrán salir a la luz y si lo desean convertirse en ciudadanos americanos”.

Es cierto que las condiciones fronterizas han cambiado dramáticamente en los últimos años, pero no por la presencia de los inmigrantes sino porque el negocio de la droga y del crimen se disparó en ambos lados de la frontera.

Las personalidades del estadista Reagan y del presumido Trump son totalmente distintas. Pese a las diferencias entre México y Estados Unidos, Reagan se reunió con el presidente José López Portillo en enero de 1981, en Ciudad Juárez, a escasos días de tomar posesión de la Casa Blanca.

No hubo agresiones ni malas caras, al contrario, se estableció una buena relación entre los mandatarios que se reflejó hasta en los regalos: Reagan le obsequió un rifle 30-06 al mandatario mexicano mientras que López Portillo le hizo llegar días después un potro albo de pura sangre a su rancho de California.

Sin duda vivimos hoy tiempos inciertos con la dinámica de Trump quien igual agrede a sus vecinos que a sus colaboradores, a gobernadores, a legisladores y a los medios de su país.

Ciertamente su estilo “bullying” le ha dado simpatías en algunos sectores, pero tarde o temprano sus agredidos le cobrarán la factura. El político más importante del país más poderoso del mundo no puede mantener eternamente una línea tan ofensiva y al mismo tiempo abrir tantos frentes. Habrá que estar muy pendientes.

TAGS: