Sismo social

La entusiasta respuesta de los jóvenes a la situación de emergencia provocada por los sismos de septiembre, particularmente en la Ciudad de México, se convirtió en un hecho alentador, y plantea nuevos retos para darle sostenibilidad a su participación y mantenerlos conectados con los grandes temas de la agenda pública.

Los llamados millennials (nacidos entre 1990 y 2000) constituyen un grupo de la población muy peculiar: están hiperconectados a las redes sociales, son altamente consumistas e individualistas, no les interesa en lo más mínimo la política y desprecian profundamente todo aquello que huela a partidos, burocracia y gobierno. Al menos eso parecía ser hasta antes de los sismos.

Contra todas las predicciones, los jóvenes se convirtieron en el eje de la solidaridad en la capital del país, participando en el rescate de personas atrapadas entre los escombros de las decenas de edificios colapsados, organizando centros de acopio, utilizando intensivamente las redes sociales, como sólo ellos saben hacerlo, para convocar la movilización de miles de brigadistas y concentrar los esfuerzos donde resultaba más urgente.

Vimos una gran pluralidad entre los jóvenes que salieron a las calles, lo mismo de clase media y alta, que chavos banda salidos de las zonas más marginadas de la CDMX. Se rompieron todas las distinciones sociales y vimos a miles trabajar mano con mano. El México dormido.

De los jóvenes han surgido, ahora, acciones profundamente innovadoras para la etapa posterior a la emergencia: atención psicológica a las personas afectadas por eventos traumáticos, propuestas para construir viviendas con material reciclado, iniciativas para proteger a mascotas que perdieron su hogar, campañas para reunir muebles y enseres con objeto de entregarlos a aquellas familias que todo lo perdieron, etc. Todo ello habla de la inventiva, de la sensibilidad de estos muchachos, frente a los cuales muchos albergaban una profunda desconfianza.

Ellos demostraron que son parte de nuestro mejor capital social, son un activo fundamental para la transformación de México y el reto, sin duda, es abrirles espacios novedosos de participación y de inclusión a todos los ámbitos de la vida del país. Sería un error mayúsculo que partidos y candidatos consideren a estos jóvenes simplemente como carne de cañón, sólo como potenciales votantes y busquen acercarse a ellos con sus tradicionales y gastadas estrategias clientelares. No, los jóvenes se ganaron a pulso el respeto de la sociedad al demostrar que no sólo están obsesionados con el último iPhone o iPad, los tenis Converse, el uso de la bicicleta, el modelo más reciente de las consolas de videojuegos o los audífonos Beats, sino que también son capaces de hacer suyo el dolor y la desesperación de los otros y comportarse como ciudadanos responsables y solidarios.

En el sismo de 1985 que devastó la Ciudad de México, un gobierno pasmado por la magnitud de la tragedia se vio rebasado por la sociedad. Ese desastre y la impresionante movilización social que trajo consigo constituyen, para muchos analistas, un punto de quiebre en la democratización del país. Se consolidó una sociedad civil, la participación ciudadana alcanzó un grado nunca antes visto.

Esta vez, para fortuna nuestra, la respuesta de las autoridades fue más eficaz. Sin embargo, los estudios de opinión revelan que falta muchísimo para reducir la profunda desconfianza que los ciudadanos le tienen a sus políticos. Una encuesta de GEA-ISA aplicada entre el 22 y 23 de septiembre, reporta que 68% de la población considera que la fuerza del país “está en su sociedad” y que será ella la que saque adelante a México “sin importar el gobierno”. 6 de cada 10 mexicanos opina que el gobierno no debe manejar los fondos de reconstrucción y que esta tarea debe estar a cargo de un organismo independiente. El 32% cree que por más que exista una sociedad participativa y solidaria, “los políticos son ineptos y corruptos e impedirán que México prospere”. 7 de cada 10 califica mejor lo hecho por la sociedad civil en contraste con la labor de las Fuerzas Armadas. Este ánimo social negativo, muy pronunciado sobre todo en los jóvenes, héroes de esta jornada cívica, muestra que el gobierno y la “partidocracia” figuran también en la lista de damnificados. Su legitimidad social sigue colapsada.

Septiembre de 2017 se ha convertido, también, en un nuevo parteaguas. En un sismo social. Estamos frente a la imperiosa necesidad de reconocer y valorar lo que los jóvenes significan para la resiliencia y la construcción de un sentido de futuro en nuestras ciudades. Ahora el desafío es evitar que esos miles de millennials que salieron a las calles, regresen al aislamiento de las redes sociales y trabajen decididamente por el cambio de México. Ellos son nuestra mejor esperanza. Nos llenaron de orgullo; pueden rescatar a México.

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