Tanto va al cántaro el agua hasta que se rompe

El vendaval de movilizaciones que han surgido por todo el país desde el primero de enero no es cosa menor estimados/as. Algunos comentaristas hablan que desde 1994 no se registraba un panorama tan convulso como el que estamos viviendo en México. En aquellos años se produjo la crisis económica llamada “error de diciembre”, que culminó con el rescate bancario FOAPROA, y un sin fín de efectos devastadores para la economía popular.

El levantamiento zapatista y la muerte de Colosio fueron la antesala de la crisis. Hoy vivimos momentos difíciles en los cuales se concatenan una serie de acontecimientos y situaciones que nos hacen sentir un ambiente de crisis aguda en todos los aspectos.

Quizás la pregunta de los sesenta mil es qué tanto podrá soportar la población la serie de dificultades que día a día parece agudizarse. La posibilidad de una irrupción armada no es descabellada, pero cuya viabilidad es dudosa a pesar de que existan las condiciones. Y no digo una revolución necesariamente, sino el surgimiento de grupos organizados en algunas partes del país, algo muy parecido al levantamiento zapatista. Durante las marchas el coraje se refleja en los gritos, las consignas, el repudio hacia la clase dirigente; es fácil entender que hay un ambiente crispado y de riesgo de desborde social, y justamente las movilizaciones pueden ser canalizadoras de una energía que fácilmente podría dirigirse hacia vías peligrosas, por ejemplo guerrillas y demás.

Nuestro país no está para más convulsiones y agitaciones violentas. Si bien, los casos de Tlatlaya, Ayotzinapa, Tanhuato y, más atrás, Aguas Blancas y Acteal, son ejemplos de la impunidad rampante de nuestro sistema político y legal. Es necesario echar a andar los mecanismos institucionales que aún existen para paliar y evitar un mayor escalamiento de la violencia.

Dice un refrán popular que “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”; esperamos que, aunque con deficiencias, las medidas correctivas puedan aplicarse lo antes posible. Algunas son, en primer momento, de orden económico: 1. Un agresivo programa de austeridad gubernamental sin violar los derechos fundamentales de los burócratas, esto es, la eliminación de gasto institucional (del poder legislativo y judicial) superfluo o discrecional; 2. Empujar en la agenda legislativa y con otros actores (sindicatos, partidos políticos, cámaras empresariales) una contrarreforma laboral que corrija la anterior, fundamentalmente en lo relacionado con los derechos laborales de los/as trabajadores/as y la recuperación de su capacidad adquisitiva vía el salario, sin desconocer la importancia del mejoramiento de la productividad; 3. Acciones gubernamentales que trasparenten la toma de decisiones respecto de las reformas estructurales y de aquellas que generan mayor confusión o dudas, que deberan replantearse y discutirse nuevamente para hacer los ajustes y cambios correspondientes en el ánimo de recuperar algo de legitimidad gubernamental; 4. Un trabajo político honesto con todos los sectores de la población que culmine en un gran acuerdo nacional, y no un pacto impositivo derivado de negociaciones en lo “oscurito”, y 5. Acciones de los tres poderes y niveles de gobierno, que dejen en claro el combate frontal, directo, sin ambages, contra la corrupción.

Muchos/as piensan que la corrupción es el principal problema de México debido a las situaciones que en los últimos años se han ventilado a raíz de la muy famosa “Casa Blanca” de Enrique Peña Nieto. Creo, que junto con la corrupción, el mayor problema es la desigualdad social. Esperemos que nuevos bríos aparezcan en 2018 para cambiar el rumbo del país y, con ello, otro modelo económico. No es solo tarea de la clase dirigente, sino de las amplias capas ciudadanas que deberemos también impulsar dichos cambios. La moneda está en el aire.

José Eduardo Calvario Parra * Profesor-investigador de El Colegio de Sonora.

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