Autoerotismo
Se puso álgida la discusión en la clase, “¿por qué está mal la masturbación?”, preguntaba una alumna. “Pienso que a la primera persona que tienes que amar es a ti misma, y es una forma de hacerlo, acariciándote y conociendo tu propio cuerpo”. Otro compañero la apoyó diciendo: “yo no me masturbo, yo me hago el amor”. En síntesis, la tesis defendida por mis alumnos es que masturbarse es una forma de manifestarse el amor a uno mismo, y por eso, hacerlo de forma moderada –cualquier exceso es malo- no presenta inconvenientes, al contrario, es algo bueno.
Antes de comenzar a desarrollar la respuesta, debo reconocer mi derrota. No fui capaz de convencerlos de lo contrario, obviamente respeto su posición, que no comparto; he aquí algunas de las motivaciones de mi desavenencia.
El punto de fondo de nuestra discordancia estriba en el significado de una palabra tan manida como lo es el “amor”. No me parece que el autoerotismo sea una forma de amarse a uno mismo, aunque comprendo que sea una realidad bastante frecuente. Hay indicios objetivos que me invitan a pensar que no es así, pues más que una forma de amar, es una válvula de escape. Es sabido, por ejemplo, que se recurre a la masturbación como forma de paliar la frustración, la ansiedad, el desconsuelo, la soledad. Es decir, se trata de una “salida de emergencia”, que produce ciertamente una satisfacción efímera, pero que no conduce a ningún lado, con la agravante de ser altamente adictiva. Lo que comencé como ejercicio de mi libertad para hacer frente a una situación adversa, no es difícil que termine arrebatándome la libertad.
La masturbación, frecuentemente, es un síntoma de que algo va mal, de que existe un cierto desasosiego consigo mismo, el cual busca ser paliado a través de ese medio. Pero ese acto está por naturaleza volcado hacia uno mismo, cuando muchas veces la respuesta correcta a esa situación de turbación interna no es la masturbación, sino al contrario, salir de uno mismo y proyectarse hacia los demás, a la familia, a la sociedad. Tener anhelos de “algo grande y que sea amor”, tener ideales, cosas por las cuales merezca la pena luchar, y no claudicar cómodamente al autoerotismo, la autocomplacencia, la cual muchas veces va unida a la auto-conmiseración. En síntesis, desde una antropología cristiana, que choca frontalmente con la antropología individualista imperante, lo que está mal es la palabra “auto”, porque nos cierra en nosotros mismos, cuando la visión cristiana de la persona es “además”, es decir, salir de uno mismo y proyectarse a los demás.
Es verdad que para amar a los demás primero debo comenzar por amarme a mí mismo. Lo dice claramente el mandamiento: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, con lo cual, se presupone el amor a uno mismo. Pero lo que resulta muy dudoso es que el significado del “amor a uno mismo” sea “producirse placer a uno mismo”. Amor no es lo mismo que placer. El placer puede acompañar al amor; pero el amor siempre es “éxtasis”, que etimológicamente viene a designar “salir de uno mismo” para darse a los demás. El amor es don. Por ello, el recto amor a mí mismo, me hace crecer como persona, como “ser-para-los-otros”; en definitiva, el amor me conduce a crecer en la virtud.
Por eso, más que discutir con médicos o psicólogos, que juzguen normal la masturbación –que sea frecuente, sin embargo, no significa que sea buena-, prefiero señalar las disposiciones positivas que fomenta el rechazo del autoerotismo. En efecto, el rechazo de la masturbación no es simplemente “porque está mal”, sino que supone la elección de “algo mejor”. Obviamente es comprensible el recurso a la misma, pero es digno de admiración el ser capaz de sobreponerse a tal inclinación de nuestra frágil naturaleza humana.
Para decirle “no” a la masturbación, hay que decirle que “sí” a muchas disposiciones que nos hacen crecer como personas: tener ideales, aprovechar el tiempo, vivir la laboriosidad, tener fortaleza y autodominio, controlar los estados de ánimo, etc., todas esas disposiciones que manifiestan un auténtico amor a uno mismo, que nos capacita, además, para ser capaces de amar a los demás. Por ello, el autoerotismo me parece una falsificación del auténtico amor, una copia barata del mismo, o su devaluación hasta identificarse, simple y llanamente, con el placer.