¿Buscar lo extraordinario?
1) Para saber
Decía una persona que en la vida no se trata de hacer cosas extraordinarias, sino en hacer las cosas ordinarias de modo extraordinario.
Con motivo de la celebración de Santa Teresita del Niño Jesús el primero de octubre, el Papa Francisco ha recomendado su devoción, como él mismo la ha experimentado: “Ahora, ella acompaña a un anciano. Y quiero dar testimonio de esto, porque ella me ha acompañado en cada paso. Me ha enseñado a dar los pasos…”. Ella, con su sencillez, ese camino pequeño, nos enseña a avanzar por el camino de la santidad.
Santa Teresita no se sentía capaz de realizar grandes proezas, sino que aprendió que la grandeza estaría en hacer las pequeñas cosas que le correspondían con gran amor de Dios.
2) Para pensar
En su autobiografía, “Historia de un alma”, Santa Teresita recuerda que siendo una niña, tendría menos de cinco años, un día estaba jugando con su hermana Celina. En eso llegó una amiga llamada Leonia con una cesta llena de vestidos, bonitos retazos de tela y otros adornos. Encima de todo venía acostada una bella muñeca. Les dijo que ella ya había crecido y ya no iba a jugar.
Añadió: “Pueden escoger lo que quieran”. Celina escogió un ovillo de rica seda, de colores muy bonitos. Le tocó el turno a Teresita, quien tras un momento de reflexión, preguntó: “¿Puedo tomar lo que quiera?” A lo que su amiga respondió que sí. Entonces Teresita dijo: “Pues yo elijo todo”. Y sin más miramientos tomó la cesta con todo lo que llevaba.
Luego comentó en su biografía: “Este rasgo de mi infancia resume mi vida entera. Cuando vislumbré más tarde la perfección, comprendí que para llegar a ser santa era preciso padecer muchísimo, aspirar siempre a lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que el alma es libre de responder como quiera a las insinuaciones de Nuestro Señor… Entonces, como en los días de mi niñez exclamé: «¡Dios mío, lo elijo todo! No quiero ser santa a medias, no tengo miedo de sufrir por vos… ¡Elijo todo lo que vos queráis!»” (Cap. 1).
3) Para vivir
El Papa Francisco recodaba que para santa Teresita la santidad está en poner amor de Dios en las pequeñas y en las grandes cosas, “y de tener la valentía de creer que, a través de mi pequeñez, Dios es feliz y cumple la salvación del mundo”.
No obstante que la vida de santa Teresita transcurrió en un mundo humanamente muy reducido: un pequeño Carmelo, un jardín minúsculo, una pequeña comunidad… Sin embargo vivía feliz sintiéndose como una reina con el mundo a sus pies, porque todo lo podía conseguir de Dios y así, a través del amor, llegar a cualquier punto del universo con su oración y sacrificio. Su mismo lenguaje muestra la grandeza de su corazón, pues habla de «horizontes sin fin», «inmensos deseos», «océanos de gracia», «abismos de amor», «torrentes de misericordia» y muchos más... La razón es que Teresita ama intensamente a Dios, y carga con la Iglesia y con el mundo entero con la ternura de una madre. Este era su secreto: el pequeño convento no la oprime porque ama. El amor todo lo transforma y da un toque de infinitud a las cosas más vulgares. Y esto está también al alcance de nosotros.