El mal menor
En esta esquina, una populista de derecha, hija de un dictador a quien nunca ha dejado de admirar, acusada innumerables veces de corrupción, autoritaria y casi fascista, quien promete dirigir al país con medidas económicas neoliberales y “mano dura”; en la otra, un populista de izquierdas, hasta hace poco casi desconocido, profesor y líder magisterial, inspirado en figuras como Evo
Morales o Rafael Correa, autoritario y conservador en temas sociales, quien promete encabezar un gobierno estatista y cercano al antiguo eje bolivariano.
Los dos extremos en los que ha caído América Latina en los últimos decenios, oscilando entre desastrosos gobiernos de ambos bandos, enfrentados de pronto en las próximas elecciones en el Perú.
Tal pareciera que nuestra región, una de las más ricas y más desiguales del planeta, constantemente azotada por la corrupción y la impericia de sus élites, es incapaz de salir de su parálisis, obstinada en alternar entre regímenes de izquierda o de derecha que en ningún caso han conseguido el anhelado progreso prometido por sus candidatos.
De Argentina a Ecuador, de Bolivia a Colombia, de Guatemala a El Salvador, de Chile a Brasil y de Perú a México, los ciudadanos no han tenido otro remedio que castigar en las urnas a partidos que se han revelado corruptos e ineptos sustituyéndolos por partidos igual de corruptos e ineptos -sólo que del signo político contrario- en una espiral que deja pocas esperanzas.
Atrapados ya no en un laberinto, sino en una espiral sin fin, presumimos nuestras relucientes democracias pese a que ellas hagan poco más que garantizar la alternancia, pero no el buen gobierno, como demuestra la capacidad de empresas como Odebrecht para sobornar a políticos de todos los colores.
Pese a ser una de las economías que más ha crecido en los últimos años, Perú no se ha librado de estas calamidades, acumulando un récord de presidentes y legisladores en la cárcel o acusados
penalmente, y un sinfín de escándalos en todos los bandos.
En catarata, los gobiernos posteriores a la dictadura de Fujimori, encabezados por Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti, se han revelado igual de ineptos. En buena medida, debido a la influencia que Keiko Fujimori ha tenido en todas las elecciones recientes, que ha perdido por márgenes mínimos, pero le han permitido conservar una fuerza de choque en el Congreso con consecuencias desastrosas para la estabilidad democrática.
En las próximas elecciones, Keiko Fujimori volverá a estar muy cerca de suceder a su padre, a quien ha prometido indultar. Esta vez se presenta contra Pedro Castillo, un sindicalista
de bajo perfil por quien han votado, en la primera vuelta, la mayor parte de las regiones pobres e indígenas del país. Presenciaremos en una sola elección la disputa por América Latina que las
dos ideologías contrarias han sostenido en el último medio siglo. Como escribió en una columna reciente Mario Vargas Llosa -tal vez el peruano más universal, al lado del Inca Garcilaso-, seremos testigos de una lucha entre los dos males que han azotado a la región.
El Nobel insiste, sin embargo, en la necesidad de elegir el “menor” y, paradójicamente -o no, tomando en cuenta su eterno radicalismo-, en esta ocasión se ha decidido a apoyar a Keiko Fujimori, la hija de quien lo derrotó para convertirse en dictador, y a quien fustigó en todas las elecciones previas. Como de costumbre, a Vargas Llosa lo vence la ideología: pese a la probada corrupción y autoritarismo de Keiko Fujimori, él le teme más al desconocido profesor de izquierdas.
El típico conservadurismo de más vale malo por conocido que bueno por conocer, solo que en este caso el cliché se inclina hacia el fascismo -como Vargas Llosa advirtió en el pasado al referirse a Keiko-, mientras que de Castillo apenas y sabemos nada. ¿Será que en verdad los peruanos -y, a través de ellos, el resto de los latinoamericanos- estaremos siempre obligados a elegir entre
dos males?