Fallecer por muertes evitables

Las polarizaciones son consustanciales al ser humano. Conductas aprendidas en casa y escuela, retos sociales, bretes éticos y posiciones frente a la vida, dividen a la población. Morir por comer poco y mal, o en exceso y mal, para luego fenecer por hambre o complicaciones del sobrepeso son dos extremos que abrasan a la condición humana desde hace décadas. Bretes políticos y societarios han incrementado la visibilidad del mal comer. Bretes infinitos y complejos: de las personas obesas que pululan en centros comerciales a las fotos de los infantes desnutridos en Yemen o Bangladesh el punto de comunión entre ambos extremos es el ser humano.

Morir y enfermar por excesos alimenticios o fenecer por carencias de nutrientes es paradoja y realidad del ya caminado siglo XXI. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura el número de personas subalimentadas en el mundo ha aumentado: mientras que en 2016 eran alrededor de 804 millones, en 2017 la cifra rondó los 821, i.e., 11% de la población mundial.

El incremento no es azaroso. Destacan conflictos armados, desaceleración económica y el imparable daño secundario por cambios climáticos. Hace pocos días la prensa advertía sobre los trágicos sucesos en Bangladesh: el éxodo obligado de la comunidad rohinyá de Myanmar hacia Bangaldesh devino deforestación, desaparición de colinas verdes y de campos de cultivo de arroz. Los rohynyá instalaron sus campamentos en esas áreas. Amén de la desaparición de sembradíos y bosques, la quema de madera, sumada a la deforestación, empeoró la calidad del aire. El número de desastres relacionados con el cambio climático, que incluyen temperaturas extremas, sequías, inundaciones y tormentas, se ha duplicado desde principios de la década de 1990.

Salvo por los trumpianos de Trump, imposible negar las consecuencias devastadoras del cambio climático sobre la Tierra. Vivimos en el Antropoceno, i.e., el impacto global de las actividades humanas sobre los ecosistemas terrestres -pérdida de áreas de cultivo, disminución de la producción de alimentos-. Comparto, entre una miríada de datos alarmantes, una cita de Learning to die in the Anthropocene. Reflections on the end of a Civilization -"Aprendiendo a morir en el Antropoceno. Reflexiones sobre el final de una civilización"-, de Roy Scranton. Los datos son demoledores: "Cambios extremos en el clima producirán inundaciones, aumento de la temperatura y sequías, fenómenos que disminuirán la producción de alimentos y debilitarán la estabilidad de algunos países con el consiguiente incremento en el número de migraciones, en la desobediencia civil y en el vandalismo".

La inseguridad alimentaria ha aumentado. A los números señalados en el segundo párrafo, agrego otros ejemplos: Subalimentación en el mundo 14%, en África 21%, en América Latina y Caribe 9%; el número de niños con retraso en el crecimiento, a pesar de haber disminuido de 165 millones en 2012 a 150 millones en 2017, es grosero; una de cada tres mujeres en edad reproductiva padece anemia; 7% de los niños en el mundo sufren emaciación -peso bajo para la estatura-, fenómeno asociado con aumento en la mortalidad: en 2013 murieron 875,000 niños por este motivo; niños obesos en 2017: 6% de la población. Adultos obesos en el mismo año: 13%; el 5% de niños menores de 5 años tienen sobrepeso (50 millones); 13% de la población en países en desarrollo presenta desnutrición; la nutrición deficiente es la causa de casi la mitad (45%) de las muertes en niños menores de cinco -fallecen 13 millones cada año-; 66 millones de niños en edad escolar primaria asisten a clases con hambre... y. y…

Los costos de la inseguridad alimentaria son enormes: aumenta el estrés, la ansiedad y la depresión. Quienes tienen unas monedas, consumen, para saciar el hambre, alimentos hipercalóricos por ser más económicos -o menos caros-. Ese fenómeno ha generado un nuevo problema, la coexistencia de subalimentación y sobrepeso, una suerte de "doble carga", creo, imposible de sortear.

Mucho se ha escrito sobre la alimentación como derecho humano. Los expertos también han mostrado que el mundo cuenta con suficientes alimentos para nutrir, por ahora, a toda la población -falta saber las consecuencias del Antropoceno-.

Las dietas inadecuadas, por su pobre contenido o por su exceso son causas de millones de muertes. Eso lo explica una investigación reciente publicada en "The Lancet", revista médica británica. Sobre ese embrollo escribiré la próxima semana.

Arnoldo Kraus
(Médico)