La candidata de Trump
El pasado 26 de septiembre, a pocos meses de concluir su mandato presidencial -siempre que no salga reelegido-, Donald Trump presentó a su candidata para ocupar el puesto en la Suprema Corte de Justicia, que dejó vacante Ruth Bader Ginsburg, icónica defensora de la mujer. La candidata de Trump, Amy Coney Barrett, es también una mujer icónica, casi podríamos decir, la antítesis de su precedente.
En efecto, Ruth Bader Ginsburg tuvo el inmenso mérito de luchar por la igualdad de la mujer, pero cometió el gravísimo error de incluir al aborto entre los “derechos” de la mujer –violentando los derechos de las niñas por nacer-. Mujer de su época, no concebía posible defender a la mujer y oponerse al aborto. La candidata de Trump es capaz de resolver esa ecuación y mostrar cómo es posible defender a la mujer, luchar por los derechos humanos y, en consecuencia, oponerse al aborto. Queda por ver si las feministas, buscando empoderar a la mujer, serán capaces de apoyar a una que se opone al aborto. ¿Qué será más importante en su agenda?, ¿ser mujer o ser pro-vida?
La vida de Amy Coney Barrett cuestiona elegantemente muchos de los dogmas del feminismo radical. Si el feminismo afirma que la familia y la maternidad oprimen a la mujer, porque frenan su desarrollo profesional, en ella tenemos a una madre de siete hijos, uno con síndrome de Down, dos de ellos haitianos adoptados, y por tanto de color, que aspira al más alto puesto jurídico en el país más poderoso del mundo. Difícil imaginarse un mayor logro profesional para una madre de familia que, a la postre, es numerosa. Difícil imaginar una mujer más realizada profesionalmente y más empoderada, dispensando justicia al más alto nivel.
Sin embargo, la candidatura de Amy enfrenta muchos obstáculos. Corre el riesgo de ser discriminada por su religión católica. A falta de mejores argumentos, sus detractores, el ala liberal que teme perder sus fueros y preeminencia, recurren al más barato argumento “ad hominem”. Como no pueden objetar lo excepcional de su figura, su prestigio académico, su competencia profesional, acuden a descalificarla por sus creencias. Ya lo intentaron cuando postuló a la corte de apelaciones de los Estados Unidos, y ahora los comentarios y críticas van en la misma dirección. Es curioso como algunas feministas defienden a la mujer, solo cuando piensa como ellas, pero la dejan sola, si no respalda sus cuestionables dogmas.
En aquella ocasión la interpelaron por su propuesta de que los jueces católicos pudieran abstenerse de juzgar casos de pena de muerte, por tener objeción de conciencia frente a la misma. Ahora resucitan las supuestas “injerencias” de su creencia en la impartición de justicia, sin señalar que está a favor de la objeción de conciencia –un derecho humano- y en contra de la pena de muerte –una práctica inhumana-. Es decir, son selectivos en sus críticas, para ocultar lo positivo y exagerar lo supuestamente “negativo” de la candidata.
Esperemos que no sea discriminada por sus creencias religiosas, y que pueda acceder a tan importante cargo una gran mujer. De esa forma contribuiría también a transmitir un mensaje claramente feminista, y al mismo tiempo incluyente. Es muy importante, para el sano desarrollo social, que las opiniones no se polaricen. Amy Coney Barrett muestra cómo una mujer puede estar empoderada y llegar a la cúspide de su desarrollo profesional, sin tener que sacrificar su vida afectiva y su familia en el intento. Puede ser un ícono de ese otro feminismo silencioso, que no exige el sacrificio de los niños en el vientre de su madre para valorar a la mujer, ni la dolorosa disyuntiva de elegir entre la familia y la profesión.
Un feminismo más contemporáneo, que pueda afirmar a la mujer mientras defiende la vida; que permita tener familia, incluso grande, al tiempo que alcanza el máximo desarrollo profesional. Amy Coney Barrett puede convertirse en ícono de ese nuevo feminismo incluyente que, a la postre, no luche solo por la mujer, sino por la igualdad racial. Ella, en efecto, defiende a las personas de color no destruyendo monumentos, ni con parrafadas políticamente correctas, sino adoptando a dos niños negros, haciéndolos parte de su vida, de su familia, ¿le perdonarán este agravio?