La Utopía de Francisco
La víspera del día de San Francisco, el 3 de octubre, Francisco firmó su tercera encíclica, Fratelli Tutti, que algunos han considerado como “el Testamento de Francisco”. En ella se agrupan, en forma ordenada, muchos de los grandes temas del Papa argentino, de forma que no resulta pretencioso afirmarlo, en cierta forma condensa en ese texto su legado a la Iglesia y a la humanidad. La encíclica expresa el sueño de Francisco, los sueños de un Papa con una humanidad unida y fraterna, en paz, donde haya lugar para todos, particularmente los excluidos, los olvidados, los pobres.
El legado de Francisco propone una fraternidad universal. Todos somos hermanos. Todos somos responsables de los demás. Todos unidos. Por eso puede parecer ideal y en cierta manera utópico, al encontrarnos en un mundo surcado por enconadas divisiones. Sin embargo, puede considerarse “Utopía”, no en el sentido peyorativo, sino en su más genuina expresión humanista, en la saga humanista y cristiana de Santo Tomás Moro, quien acuñó el término.
El texto papal ofrece una aguda y dura crítica a la sociedad actual, con la esperanza de construir una humanidad mejor. Contiene en sí mismo los clásicos elementos de la literatura utópica, pues aúna el optimismo antropológico, propio del humanismo cristiano, con el pesimismo sociológico respecto a la sociedad actual. Francisco presenta una acerba crítica de las formas perniciosas en las que se ha estructurado la vida en el mundo contemporáneo, particularmente en los ámbitos de la economía y la política. Su principal antagonista es el individualismo egoísta de nuestra sociedad.
“Parece una utopía ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo” reconoce el Papa. ¿Utopía irrealizable? En realidad, no debería ser así. Lo que señala no es imposible, por lo menos teóricamente, idealmente. Quizá Francisco es un visionario que desenmascara con agudeza el agotamiento de las instituciones políticas y económicas vigentes, vislumbrando un cambio epocal, un nuevo paradigma de organización social, acorde con la dignidad humana y con su originario carácter social. En un mundo en crisis, con instituciones agotadas, alguien debe señalar el camino.
De hecho, su texto está plagado de propuestas concretas, para las que en teoría no existe un obstáculo o impedimento insuperable. Sin embargo, es dudoso que tengamos el valor, el coraje y la determinación de llevarlas a la práctica. Por ejemplo, sugiere dedicar el dinero que se gasta en armamento para crear un Fondo que permita acabar de una vez y para siempre con el hambre en el mundo. Es lógico, es concreto, es factible, ¿nos atreveremos a hacerlo? ¿Por qué no?
¿Obstáculos? La teología católica señala uno ineludible: el pecado original. La inclinación al mal que anida en lo más profundo del ser humano y de la que nunca nos podemos desembarazar definitivamente, por lo menos en esta vida. Se trata del mal enrocado en lo más profundo del corazón humano. Idealmente todas estas propuestas podrían ser verdad en una sociedad de niños, carentes de malicia.
Pero en un mundo de hombres heridos, no solo por la maldad externa y por las estructuras de pecado, sino por el mal que actúa en su propio corazón, su implantación es problemática. Supondría un fair play por parte de todos, una confianza básica en que los demás seguirán la misma lógica de comunión y de paz. El miedo y la desconfianza serían los principales obstáculos. ¿Somos capaces de superarlos? ¿Por qué no?
Ahora bien, Francisco va por delante, no se queda en la bella teoría, sino que muestra cómo, poco a poco, puede convertirse en realidad. La misma génesis del documento es una muestra de ello, pues supone un nuevo paradigma en las relaciones de la Iglesia con el islam, que bien puede servir como punto de referencia real para una progresiva reforma de las relaciones en la sociedad. No duda en afirmar que gran parte de su inspiración viene del diálogo con el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, líder del islam sunita, quien no dudó en afirmar que el texto de Francisco “devuelve la conciencia a la humanidad.” ¿Hubiéramos imaginado esta cordial relación entre católicos y musulmanes al más alto nivel hace 50 años? ¿Qué nos impide soñar con una sociedad más humana y más justa?