Los ovnis y la Iglesia
Sorpresivamente, por primera vez en más de 50 años comparecieron ante el Congreso de los Estados Unidos dos funcionarios (Scott Bray y Ronald Moultrie), para mostrar evidencia de 400 casos de ovnis. Es decir, objetos voladores de los cuales no se tiene explicación alguna, detectados en su mayoría por aviones militares. No dijeron que su origen fuera extraterrestre, sino desconocido, aunque no se descarta la hipótesis mencionada. Lo más fuerte es la afirmación de André Carson: “Los ovnis no tienen explicación, es cierto. Pero son reales”. Es decir, no podemos vivir más tiempo dándole la espalda a estos fenómenos o, por lo menos, el Pentágono se los comienza a tomar en serio.
Frente a este tipo de aseveraciones, ¿qué opina la Iglesia? ¿Tienen algún impacto en la fe católica? ¿Cambiaría algo, o incluso la volvería obsoleta? Son preguntas que desde la fe nos hacemos, intentando elaborar un puente con la razón. Dicho de otra forma, si el Pentágono se toma en serio los ovnis como un tema de seguridad nacional, el Vaticano también debería tomárselos en serio, como un tema de claridad doctrinal.
Lo primero que debemos señalar es que, por lo pronto, no hay una postura oficial de la Iglesia al respecto. Es lógico, se trata de una cuestión prudencial: no pronunciarse sobre realidades misteriosas, qué no sabemos a ciencia cierta lo qué son. En este ámbito, la Iglesia ha aprendido a ir un paso atrás del avance científico, para no ponerse a pontificar en terrenos todavía opinables. Es decir, simple y llanamente, la Iglesia ni reconoce ni condena los ovnis, y está a la expectativa de lo que los científicos o, en este caso, los militares, puedan concretar como sólidamente establecido.
Cabe entonces la pregunta, ¿qué pasaría si finalmente se tuviera una prueba contundente del origen extraterrestre de los ovnis?, ¿qué sucedería si tuviéramos una evidencia indubitable de que es así, de que, nos guste o no, no estamos solos en el universo? ¿Tendría que modificar su doctrina la Iglesia?
Más que modificarla, pienso, haciendo un poco de “Teología Ficción”, tendría que adaptarla. El símil más cercano en su bimilenaria historia sería el descubrimiento de América, y las disputas teológicas que suscitó: que si eran humanos, que si tenían alma, que si podían esclavizarse y un largo etcétera. Si aparecieran extraterrestres tendríamos que hacernos preguntas análogas: que si son racionales, que si cuál es su especie, que si tienen alma, y que si son hijos de Dios o solo creaturas de Dios. Ahora no se puede adelantar una respuesta, porque el peso de la prueba recae en quien afirme su existencia. Y una vez asentada esta última, debería haber un nivel de intercambio lo suficientemente amplio, como para poder ir resolviendo progresivamente esas incógnitas.
No se puede negar que su descubrimiento cimbraría los cimientos, no solo de la Iglesia, sino de la entera civilización humana. Pero, lo que está claro, es que la Teología católica tiene un marco suficientemente amplio para integrar en él la existencia de vida extraterrestre. Partiríamos del hecho evidente de que serían creaturas de Dios, al igual que el resto de la creación. Extraterrestre no es sinónimo de increado; y si es creado, es dependiente también de Dios. Ni la Biblia ni el Catecismo afirman que seamos los únicos en el universo, lo cierto es que están hechos para nosotros. Con los datos que nos aporta la revelación deberíamos analizar el problema extraterrestre: si tienen pecado original, si gozarán de la bienaventuranza eterna, si tienen su propia economía de la salvación, independiente de la nuestra.
El ámbito de la caridad se extendería, seguramente, a los extraterrestres, y el respeto a ellos lo mismo que a la entera creación. La relación con Cristo también sería un interesante objeto de estudio teológico, pues la Creación entera, incluida la vida extraterrestre, ha sido hecha en Cristo y tiene su fin en Él. La centralidad cósmica de Jesucristo no se discutiría, pero tendría que precisarse su modo de relación con nuestros vecinos interestelares. En fin, el descubrimiento de vida extraterrestre supondría una explosión de incógnitas que la teología, poco a poco, pacientemente, tendría que ir dilucidando progresivamente.