Obsesión por el aborto
Un profesor universitario me preguntó: “¿estamos obsesionados los católicos con el aborto?”, a raíz de mi desconcierto sobre la afirmación de Joe Biden, el cual sostiene que el Papa le dijo que era un buen católico y que podía acercarse a comulgar. En realidad, se trata de dos temas diferentes, aunque confluyen en la triste realidad del aborto.
De hecho, no es que los católicos estemos obsesionados con el aborto, pero ciertamente se trata de un rubro importante en el mundo de hoy. Con expresión de la Conferencia Episcopal Norteamericana, se puede decir que es una “prioridad preeminente” de la agenda católica, pero ser preeminente prioridad no significa que sea la única o que sea excluyente, como bien explica el arzobispo Cordilione: “preeminente no significa única”.
La diferencia estribaría en que las otras realidades que preocupan a la Iglesia Católica no son tan controversiales, hay un consenso bastante generalizado al respecto. En efecto, la protección a los migrantes, la lucha contra la trata de personas, la erradicación de la pobreza, la preocupación por el cambio climático, o la búsqueda de la paz, por citar algunas, son algunas de las preocupaciones de la Iglesia compartidas por el grueso de la sociedad; no así el aborto.
Eso se notó en la reciente reunión entre el Papa Francisco y Joe Biden. Si hemos de creer en lo que afirmó el segundo –y no hay razón de peso para no hacerlo-, no se habló del aborto –lo que nos hubiera gustado a todos los que somos provida- y en cambio se abordaron todos los demás temas, en donde se podía alcanzar un consenso y trabajar en común. Esto es una muestra práctica de que los católicos no estamos obsesionados con el tema del aborto. Tampoco significa que al Papa no le importe el aborto, pues, por ejemplo, recientemente ha bendecido unas “campanas pro-vida”, “para recordar la voz de los no nacidos” y “anunciar el Evangelio de la vida”. Entonces ¿Por qué no trató el tema con Biden? Claramente tiene más trascendencia negociar al respecto con el Presidente de los Estados Unidos que bendecir unas campanas. Aquí es donde está la incógnita, resolverla significaría interpretar a Francisco.
Adentrándonos en el pantanoso mundo de las interpretaciones, pienso que el Papa toma la opción fundamental por tender puentes, eludiendo las cuestiones controversiales, porque sabe que no va a conseguir demasiado y va a perder oportunidades de crear sinergia en otros temas importantes. Me parece una actitud análoga a la de Pio XII de no condenar públicamente el holocausto. Nuevamente se trata de un holocausto silencioso de millones de niños, pero Francisco sabe que Biden está en la presidencia precisamente por enarbolar esa bandera, y que no va a conseguir nada confrontándose con él. Es decir, se trata de una decisión de prudencia política, equivalente a considerar perdida una batalla e intentar ganar puntos en otras importantes. Nuevamente, es evidente, los católicos no estamos obsesionados con el aborto y nuestra agenda es mucho más rica que ese monotema, aunque nos duela particularmente ver la evolución del problema.
Lo que me parece más cuestionable, sin embargo, es que el Papa le haya animado a comulgar. Yo, personalmente, lo dudo mucho; y dudo también que el Papa lo vaya a desmentir públicamente. En este rubro, me parece, Biden está utilizando al Papa, para “defenderse” de la Conferencia Episcopal Norteamericana, que tiene pendiente, por petición del mismo Francisco, establecer una política clara al respecto.
Biden puede ser muy sagaz e instrumentalizar a Francisco. Puede que le “autoricen” comulgar. Pero es un hecho que está promoviendo a nivel global uno de los crímenes más graves contra la vida humana, y que eso pesa sobre su conciencia, pues es su responsabilidad ineludible. En este sentido, si eventualmente se acerca a comulgar, no va a ser en beneficio propio, pues ningún Papa puede abolir la Escritura, que claramente sentencia “quien come y bebe indignamente el Cuerpo, come y bebe su propia condenación”. Y cara a Dios, el Presidente de los Estados Unidos es un ser humano igual que todos, pues “Dios no hace acepción de personas”. Sus credenciales y astucias de poco servirán cara al juicio divino, y lo triste es que parece no darse cuenta. Recemos por él.
P. Mario Arroyo