¿Por qué a Azucena Uresti?
Hace algunas semanas conversaba con Azucena Uresti sobre la necesidad de no dejar de contar lo que está pasando; aunque sea desagradable, aunque duela, aunque indigne. Compartíamos puntos de vista sobre la urgencia de mostrar historias como son, porque de no ser así se perdería el sentido del oficio que es aportar información útil a los ciudadanos para la toma de decisiones. El ejercicio de indagar, reportear y publicar debe ser una obsesión diaria, desde nuestra trinchera que es el periodismo.
Porque lo cierto es que la realidad está subcontada. Todos los días nos levantamos y emprendemos el vuelo diario de vivir y trabajar y divertirnos y disfrutar o sufrir o ver pasar las horas sin tener una idea de que caminamos sobre una capa que oculta debajo de sí micromundos desde donde se tejen los hilos de la historia. Y no me refiero solo al poder político, sino a los grupos que tienen poder de facto y se organizan en mafias para controlar una ciudad, para hacerse del transporte, del ambulantaje, o el tráfico de drogas y otros delitos.
Este lunes 9 de agosto despertamos con un horrendo mensaje en redes sociales sobre una amenaza de parte de un grupo del crimen organizado contra Azucena Uresti, una de las mejores periodistas de México. El tema se volvió tendencia en Twitter, miles de voces opinaron, los medios nacionales e internacionales publicaron la nota y horas más tarde el presidente Andrés Manuel López Obrador se pronunció para anunciar apoyo y protección para la periodista.
Pero hacerse cargo de los desastres que uno genera no debería ser motivo de orgullo.
¿Por qué a Azucena Uresti? ¿Por qué a cientos de colegas más? Por la impunidad.
En otro país con un sistema de inteligencia eficiente y un aparato de justicia funcional ya se tendrían noticias sobre de dónde salió el mensaje o se habrían puesto en marcha de operativos eficientes. Lo cierto es que no se ha sabido nada, como ocurre -dolorosamente- en casi 9 de cada 10 casos de periodistas que son asesinados, y una cifra similar a los amedrentados o agredidos.
No es negativo que el Gobierno mexicano dé protección a una periodista amenazada, pero lo que no se debe perder de vista es que cuando surge un problema -y esto aplica para todo en la vida- éste no es más que la evidencia de que hay uno mayor y más grave. Y en México es así: no hay condiciones para hacer periodismo porque el grado de impunidad que permea es tan alto que los que consuman las agresiones contra miembros del gremio saben que es casi improbable recibir un castigo.
Hay quienes se preguntan -porque he sido testigo o blanco del cuestionamiento- “¿por qué se meten en problemas publicando notas de narcotraficantes?”. Por la simple razón de que eso también es parte -y muy fuerte- de la realidad mexicana y en el periodismo no hay nada más despreciable que el silencio. Es como si un médico dejara de luchar por salvar la vida de un paciente.
Y dar protección a los periodistas no es la solución definitiva, es solo la respuesta del Estado ante la responsabilidad imperante de atender las consecuencias del caos que genera su incapacidad para disminuir los índices de delincuencia y acotar el poder de los criminales en México.
La solución para los y las periodistas amenazadas está en que se combata de frente a las bandas y mafias para que se diluya su poder hasta desaparecerlo; o sea, que se tomen en serio la responsabilidad de gobernar.
En un México donde los colegas no tuviéramos historias de masacres, armas, muertos y tragedias que contar nadie preguntaría ¿por qué te metes con los malos? Y nadie tendría que ser protegido.
Sé que la piedra que lanzo al muro de los sueños intenta ir muy alta, pero “no es posible vivir sin ideal, ni religión ni sensación de porvenir. Los hospitales estarían llenos de locos”, decía Arthur Miller.