Quién tiene la última palabra
1) Para saber
El pueblo ruso venera y ama mucho a san Serafín de Sarov. Este santo, del siglo XVIII, en su niñez fue curado por la Virgen María. De joven pasó diez años en un bosque, sin pronunciar una sola palabra. Después regresó y cuando alguien acudía a verlo, él le decía con júbilo: «Tesoro mío, ¡Cristo ha resucitado!». Sólo estas palabras bastaban para cambiar el corazón de aquella persona. Su voz tenía el timbre de la voz del ángel y lograba transformar al oyente.
En esta línea, el Santo Padre exhortó a que esta alegre noticia “resuene en nuestros hogares y en nuestros corazones: ‘¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!’. Añadió que “esta certeza refuerza la fe de todo bautizado y anima especialmente a aquellos que se enfrentan a mayores sufrimientos y dificultades”.
2) Para pensar
Una historia nos muestra la esperanza en nuestra resurrección.
Formaban una bonita familia Donaldo Boss y su esposa. Era un excelente matrimonio cristiano de mucha fe en Dios. Tenían cuatro hermosos hijos que los llenaban de alegría y felicidad. Sin embargo, un día sucedió una gran tragedia: un incendio terrible consumió toda su casa y desgraciadamente sus cuatro niños murieron en el fuego. Para el matrimonio Boss fue un golpe sumamente severo. No le importó perder sus bienes materiales, lo que turbaba su fe era la pérdida irreparable de sus cuatro pequeños y no comprendían porqué. Parecía que la sonrisa había desaparecido de sus rostros para siempre.
Ni un tratamiento médico les ayudó. Les recomendaron viajar para olvidar su pena y decidieron ir a Tierra Santa, donde vivió nuestro Señor Jesucristo. Pensaban que ahí recuperarían la paz, pero no fue así. Se la pedían a Dios, pero no dejaban en el fondo de recriminarle ese doloroso accidente. Paseando por tierras palestinas, vieron a un pastor que conducía a unas ovejas y llegaba a un arroyo. Quería pasarlas a mejores pastos, pero las ovejas con sus crías se resistían a cruzar las aguas. Entonces el pastor fue tomando en sus brazos a los cuatro pequeños corderos, y los pasó al otro lado. Cada oveja, cuando veía a su cría al otro lado del río, se metía resueltamente al río y atravesaba las aguas para reencontrarse con su retoño.
Entonces el matrimonio se llenó de luz. Comprendieron que Jesucristo es el buen pastor de las ovejas. En su sabiduría infinita permitió que sus cuatro hijos cruzaran antes de ellos el río de la muerte y allí estaban salvos y seguros, en “mejores pastos” con el Buen Pastor. Ellos volverían a reunirse con sus adorados pequeños tiempo después. Ellos en la tierra también eran acompañados por Cristo. Como dice san Pablo, nada podrá jamás separarnos de Cristo, basta que confiemos en Él.
3) Para vivir
Ante la muerte podemos pensar que es algo definitivo, pero como el Papa Francisco afirmó, la Resurrección de Jesús “nos dice que la última palabra no es la muerte, sino la vida”. Por ello Jesús invita a alegrarse cuando se aparece a las mujeres que fueron al sepulcro. El Señor transforma su duelo en alegría, pues quiere hacernos empezar ya a participar de la condición de resucitados que nos espera. Y como a las mujeres, nos invita a transmitir el gozoso anuncio: ¡Cristo ha resucitado!
Pbro. José Martínez Colín
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