Aquel agosto del 79
A medida que el barco surcaba el Mar de Cortés en aquel agosto del 79, las luces del puerto se hacían chiquitas en la despedida de mi Cachanía.
En cubierta disfrutaba la noche y el mar que vi durante 19 años y que ha sido el camino al lugar de los recuerdos de madera.
Parece que fue ayer esa inevitable salida, allí en el pueblo de los tres pitidos se nutren los recuerdos que caminan con pies de humo y saben a pan del boleo.
Desde la milenaria Isla de la Tortuga pensaba en los columpios del kínder de ranchería, en el olor a aceite y aserrín de los pisos de la “Benito Juárez”, en las clases de música del profesor Martín en la secundaria y en los amigos de la prepa.
Salí con la ilusión de regresar al lugar donde viví una infancia y juventud inolvidables; en las playas negras aprendí a nadar, a andar en bicicleta, a dar la feria en el changarro de mi padre y gané mis primeros pesos de mandadero de mi abuela.
Esa noche en altamar las estrellas traían a mi mente a maestras y maestros que habían contribuido en mi formación en aquella travesía de agosto hacia nuevos horizontes.
La nostalgia se imponía en el Ferry Díaz Ordaz por lo que dejaba en la tierra de mineros y pescadores.
Era inevitable pensar en la educadora Celita que en preescolar lo era todo; la sonrisa cálida de la profesora Yana en primer año; en sexto el estilo único, ocurrente y encantador del profesor Bobby.
Allá en el pueblo, que dicen que se negó a morir, quedó el salón de música de secundaria donde nunca aprendí la Indita Mía y menos a cantar: ¿verdad profesor Martín?
En la “Manuel F. Montoya” quedaron también las tostadas de repollo con catsup del maistro, y las bocinas de Gabino con las que religiosamente felicitaba a los profesores en su día a temprana hora.
Después de más de cuarenta años distante del terruño aún recuerdo la espera del camión de la prepa en el parque de calle 11.
La prepa “Hermanos Flores Magón”, inolvidable con sus maestros y amigos.
En la prepa tuve excelentes profesores, normalistas de cepa, que hacían del salón un recinto para el aprendizaje y una catedral de la amistad.
Las clases del profe “Lakito” Ochoa eran una magistral exposición de un docente ameno; la pasión del “Mundo” Savín incomparable; la didáctica y empatía de Marcos Núñez sobresalía.
Los tiempos de prepa son recuerdos con estrellas de mar que representan como la fundición una época inolvidable.
El barco navegaba en aguas tranquilas del Golfo de California, las luces del puerto dejaron de verse en aquella noche del 79 de sentimientos encontrados.
Esa noche me sentí orgulloso de ser de Santa Rosalía, pensé sobre lo vivido y no tengo más que agradecimiento.
En el pueblo de madera quedaron las huellas de su grandeza: La fundición y el Chute, símbolos de una identidad que se fundió con el valor y esfuerzo de mineros y pescadores.
El alba vislumbra las costas de Sonora y el sol se asoma en el horizonte para alumbrar la bahía de Guaymas, la entrada y salida a la segunda casa de los cachanillas.
Al bajar del transbordador sentí el calor del puerto y escuché una voz decir: taxi, taxi a la terminal, comenzaba el tránsito a estudios universitarios.
El autor es Licenciado en Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.
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