Café y huevos con tocino
Manuel salió de su trabajo a las 7 en punto. Era un viernes más, por lo que le esperaba un fin de semana frente al televisor comiendo pizza congelada o comida china con lo que tuviera en su refrigerador para acompañarlas, sin importar que se tratara de cerveza, vodka o jugo de naranja.
Nada de eso importaba. Lo que sí importaba es que pasaría un fin de semana más comiendo, bebiendo y devorando toda clase de películas, series y eventos deportivos en su pequeño departamento de 5 x 10 hasta quedarse dormido.
Era su rutina preferida, y no la interrumpía por nada del mundo, pero ese viernes fue distinto, porque saliendo de su trabajo, pasó de largo por el bulevar que lo llevaría a su departamento y
sin saberlo, sin quererlo y sin esperarlo, siguió conduciendo su automóvil último modelo hasta hallarse en la carretera, hacia un destino desconocido.
Condujo durante toda la noche acompañado de canciones que tenía 3 años sin escuchar y mientras lo hacía disfrutó de la fresca brisa cada vez que bajaba el vidrio de su ventana para evitar quedarse dormido.
Disfrutó del aroma y del sabor de su café, una bebida a la que diariamente recurría como si se tratara de un eficaz antídoto para el poderoso veneno del estrés, y alcanzó con las primeras luces de la mañana, un hermoso pueblecito de calles impregnadas de aroma a café recién molido, huevos revueltos y tocino.
Por primera vez sintió en su estómago un cosquilleo muy peculiar que le hizo recordar lo que era sentir hambre, una importante alerta de su cuerpo a la que había dejado de poner atención mucho tiempo atrás.
Manuel bajó de su auto en una pequeña cafetería y fue a buscar a una mesera a quien ordenó de pie dos huevos fritos con tocino, acompañados de un café americano sin leche ni azúcar.
Mientras los preparaban pasó al baño de caballeros, se lavó la cara, enjuagó la boca y de repente se reencontró con un viejo conocido al que le dio gusto ver de nuevo, pese a lo profundo de sus ojeras y lo distante de su mirada. Una mirada que asomaba cierta dosis de brillo. No sabe por cuánto tiempo se mantuvo en ese ritual, pero seguramente lo hizo por varios minutos, porque al salir del baño su desayuno estaba listo.
Tomó su lugar en la barra del restaurante mientras la amable mesera que lo atendió le servía una humeante taza de café. Sin pensarlo dos veces, devoró su desayuno con una ferocidad que cualquier depredador de la sabana africana envidiaría.
No pensaba en nada, no se preocupaba por nada, no sentía necesidad de nada, sólo disfrutaba de la agradable sensación de sentirse vivo. Vivo y afortunado por la dicha de disfrutar de la sencillez
y solemnidad del momento, en ese destino que en lugar de alejarlo le acercó a sí mismo.
El viaje de Manuel es el mismo que muchas personas experimentan en algún momento de sus vidas. Un viaje muy peculiar, bastante distinto a otros más, que de algún modo les aleja de todo,
para acercarles más a sí mismas y a la vida que por mucho tiempo habían abandonado.
El autor es papá emprendedor, escritor, conferencista, consultor y podcaster.
LinkedIn: @MarioCoronaOficia