¡Cuba libre!
La Habana, Cuba. Estamos en pleno desayuno y es difícil escoger entre tanta comida. Hay una gran variedad de quesos, yogurts, tipos de leche: entera, de arroz, almendras; panes, mantequilla, mermeladas, fruta, jugos naturales, carnes frías, cereales, gelatinas, minibaguetes. Está también una fuente de chocolate de tres niveles. Pancakes, churros y donas con chispas. Mi esposo hace fila para tomar el pan tostado con mantequilla y ahí se topa con una niña española.
- Papá, que me ha pisado ese hombre y no me ha pedido una disculpa.
- Le daremos una gran paliza (dice el papá en tono de broma).
- Sí, responde la niña.
Ya después, el padre le explica que las personas pueden pisar los pies sin intención y la niña asiente con la cabeza, añadiendo que efectivamente, ella misma se ha pisado los pies en algunas ocasiones. A mi marido se le ocurre finalmente ofrecerle una disculpa a la pequeña, que imagino, estaba por pedir una malteada de fresa.
Un día antes, un cubano nos llevó a un lugar en donde al mostrar una libreta, a los cubanos les dan a cambio algo de arroz y azúcar.
También nos encontramos con otros sitios en donde los cubanos consiguen pan a bajo costo. Así como un lugarcito en donde se reparan los zapatos.
Fuimos a la Corona, la fábrica de puros del Estado. Fue impresionante constatar la minuciosa labor con la que trabajadores y principalmente trabajadoras, porque el setenta por cierto del personal son mujeres, acomodan y tuercen las hojas de tabaco. En ese lugar, presto atención a los posters de Fidel Castro en la pared. Siento emoción al leer su concepto de revolución; pero el sentimiento se esfuma al instante que dirijo la vista a los trabajadores y trabajadoras y me entero que su sueldo es apenas de entre veinte y treinta CUC lo que equivale a seiscientos pesos mexicanos al mes; que no existe ningún tipo de prestación para que puedan adquirir una casa, que la gente se hace de vivienda únicamente heredándola; que la realidad es de mucho conflicto familiar por tantas personas viviendo en el mismo sitio. Viajamos a Viñales, en donde los campesinos elaboran puros cien por ciento orgánicos sin nicotina.
El resto de puros que el Estado cubano vende al mundo etiquetados con marcas como Cohiba, Romeo y Julieta o Montecristo, traen nicotina, sustancia adictiva que se encuentra justamente en la columna de la hoja de tabaco. Gente del gobierno recoge aquí el noventa por ciento de la producción a un costo bajísimo que el mismo Estado impone. Las hojas de tabaco las lleva precisamente a la fábrica de la Corona. Por tanto, los campesinos sólo pueden lograr ganancia del diez por ciento que el Estado les permite. Es curioso escucharlos contar esto, mientras que veo la pinta de "Fidel Vive".
De regreso a la Habana, el chofer platica que ya hay manera de salir del país y que él ha visto un video de un cubano mostrando carnes y pescados en Estados Unidos, reclamándole a Fidel que si ese es el país malo. Dice que ahora que hay internet, aunque sea limitado, la gente se entera a través de Facebook cómo es la vida fuera de la isla. Su Presidente ya no es Fidel, ahora es Miguel Díaz Canel, pero el régimen es el mismo.
Iván, el muchacho alegre que nos trae de arriba a abajo en su bicicleta, se tomó unos mojitos con nosotros en el bar de John Lennon cerca del malecón. Apenas ahí se sinceró. Nos dijo que no puede expresar sus sentimientos y aseguró que en la calle las paredes tienen oídos y que él no quisiera terminar en la cárcel y nunca más ver el sol. Es el último día aquí en La Habana, en el Hotel Iberostar. Busco una manera respetuosa de salir de dudas. Me acerco a la mesera que me sirve el café.
- Señorita, disculpe la pregunta, ¿les permiten a ustedes comer aquí antes de empezar a trabajar? Responde que no, tímida, con una sonrisa amable ¿Y de todo lo que la gente deja, pueden comer? Tampoco. Volteo a mi alrededor y veo a las niñas y niños extranjeros con malteadas de fresa. Fijo la mirada en la fuente de chocolate, en los panes, los quesos, las carnes frías, en toda la fruta, en las jarras de yogurt de sabores, en el agua de frutas. ¿Cómo le hacen los cubanos para sonreír siempre con el estómago hueco y paseando la comida en charolas? ¿Por qué en este hotel estamos los mexicanos, franceses, españoles, alemanes, brasileños, holandeses y quién sabe cuánta gente más de distintas nacionalidades comiendo en abundancia entre cubanos, que todos sabemos o sospechamos, al menos, no tienen acceso a esto? Afuera de estas paredes y adornos lujosos, hay miseria, la gente no muere, pero sobrevive a un sistema abusivo y quien no quiera verlo es puro capricho.
La revolución fue poesía, el hambre de la gente y cómo subsisten hacinados, en casas a punto de caer, son una realidad aplastante. Las únicas casas decentes son las de las Embajadas y la de Fidel Castro. Esta isla y su gente valen la pena, pero ya no soporto más este país. Me la he pasado sacando de la habitación el champú, jabón líquido, acondicionador y hasta la botella de vino espumoso para la gente.
No quisiera volver nunca más si no es para ver a los niños y niñas cubanas bebiendo malteadas de fresa y disfrutando la fuente de chocolate igual que los niños y niñas que están aquí como turistas ¿Por qué unos sí y otros no? Esto es terrible, cruel. Ya Cuba no es aquella isla en donde todo era la caña de azúcar, hasta la Primera Guerra Mundial; al parecer, lo que sostiene a este país ahora es el turismo, esa es la única parte que me hace pensar que los extranjeros, los turistas, no somos unos tiranos más aquí. Mi deseo hoy, en vísperas de Año Nuevo será sin duda que de verdad y un día no muy lejano ¡Cuba sea libre!
La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.