Cuestión de actitud

El autor es Asesor Parlamentario de la LXIV Legislatura del Congreso de la Unión.

Desde niño he tenido muy claro que la actitud ante cualquier situación es lo que nos define, ya que nos abre o cierra puertas, y de ello depende en gran medida el cómo nos van a tratar y, por qué no decirlo, a recordar cuando seamos tan sólo un puñado de recuerdos.

Mi padre, la mayor parte de su tiempo, manejó bares y/u hoteles.

Siempre fue muy respetado.

Al principio, cuando yo era pequeño lo atribuía a la jerarquía que tenía, pues era el encargado.

Sin embargo, luego noté que al dueño no lo trataban con el mismo respeto.

Descubrí, entonces, que se debía al trato que mi padre tenía hacia ellos, las atenciones, los detalles y el que siempre atendía a todos con una actitud positiva.

Cuando recién inauguraron una plaza comercial ubicada por el Vado del Río, buscaban un coordinador de mercadotecnia y yo justo me acababa de graduar, así que junto a mi mejor amigo decidimos acudir; él buscaba la jefatura de mantenimiento industrial.

Al llegar, nos adentramos al lugar observando a detalle los locales vacíos e imaginando las marcas que ocuparían los mismos, delimitando en nuestras mentes las distintas áreas en el sitio.

En medio de la plaza nos recibió un señor de alrededor de 45 años de edad.

Portaba un traje negro impecable, con una gran sonrisa nos saludó y comentó sobre el gran impacto económico que daría la plaza a la ciudad, así como la plusvalía que iban a adquirir las colonias aledañas.

Explicó que la mayoría de los locales ya estaban rentados y que en unas semanas estaban preparándose para la inauguración.

Al ver nuestros folders amarillos nos preguntó si teníamos agendada una entrevista y se ofreció para guiarnos hasta la oficina central.

Entró y saludó a la recepcionista y nos deseó mucho éxito, no sin antes despedirse con un fuerte apretón de manos.

Fui el primero en pasar a la entrevista en una pequeña oficina.

Detrás de un escritorio y sin contacto visual sostenido (mientras me entrevistaba), un adulto de alrededor de 50 años, quien vestía camisa gris, corbata fuera de lugar y pelo desaliñado revisaba mil y un papeles, mientras por el teléfono regañaba con voz fuerte a la secretaria porque un proveedor no había llegado.

Brevemente intercambiamos palabras, comentó las funciones del puesto, el horario de trabajo, el sueldo, preguntó por mi experiencia, algunos datos más y me pidió mi CV.

Después de mí, entró mi amigo y al paso de un par de minutos nos encontramos de nuevo en la recepción.

Ya de camino a la salida le comenté que la actitud del que yo pensaba era el gerente (quien nos guió hasta el lugar de la entrevista) me había parecido de lo mejor, que se notaba entusiasta, amable, jovial, buen conversador y con una profunda actitud de servicio.

Hasta ese momento, cavilé que sólo yo había notado esa actitud, pero él me dijo, “¿sabes?, yo también pensé que quien nos recibió era el gerente” y que estaba viendo el avance en el acondicionamiento de los locales, pero ya al salir me di cuenta de que era el guardia, pero un guardia con muy buena actitud.

Ambos coincidimos en que el guardia tenía carisma, pero más allá de eso, su amabilidad y su trato lo engrandecían.

Y al gerente… al gerente su actitud te hacia pesar que no era el mejor lugar para trabajar.

¡Seamos guardias con actitud de gerentes o bien, seamos gerentes con la actitud de este guardia!

El autor es Asesor Parlamentario de la LXIV Legislatura del Congreso de la Unión.

Instagram: Christian.Arteaga.rios.

Twitter: Chris_Arteag.