El chorizo del infarto

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional

Cincuenta pasos, solo 50 pasos había caminado. Sentía una fuerte presión en el  pecho y dolor en la mandíbula; iba cuesta arriba y rumbo al rastro municipal. Tenía que acelerar el paso, de lo contrario, venderían el hígado que había apartado a Flavio. Trató de inhalar la mayor cantidad  de aire posible. Mientras se concentraba en marcar firmemente cada pisada, alcanzó a llegar.

En menos de 2 horas, Nacho ya estaba sentado, disfrutando un hígado encebollado con tortillas grandes y frijoles refritos. Tres semanas después, Nacho tuvo un paro cardíaco mientras se sometía

a una revisión. Por su sangre corrían generosos platos de bistec encebollado, mucho chorizo, frijoles charros, carne con papas, machaca con verdura, pollo frito, queso con frijoles, cientos de tortillas de manteca y pocas más de harina.

Cuatro meses después de aquel infarto, Nacho caminaba cuesta abajo a toda velocidad rumbo al salón para actos cívicos. Enseguida había un cuartito con puerta de fierro; estaba bien asegurada.

En su interior se guardaban los alimentos que posteriormente integrarían las despensas del DIF. Al fondo, en la esquina, se apilaban decenas de cajas de cartón y junto a ellas, la primera dama lo esperaba para regalarle una de soya, al fin y al cabo, nadie las quería. Después de entregadas las  despensas, las bolsas de soya aparecían regadas en los patios y corrales por si las gallinas les

sacaban provecho.

En casa, lo esperaba mi mamá. Sobre la estufa tenía una olla con agua hirviendo y en el fogón contiguo una cacerola con chiles de sarta listos para ser licuados. Agregó dos bolsas de soya en el agua, tapó y dejo reposar hasta enfriar. Enseguida tomó una bolsa de tela, depositó la soya y girándola extrajo todo el exceso de líquido.

Por otro lado, licuó 2 cabezas de ajo, chile, pimienta, cilantro bola y suficiente vinagre de manzana para formar una salsa espesa; lo vertió sobre la soya, mezcló y empacó. El congelador estaba repleto de bolsitas de sabroso chorizo de soya que había desplazado al de res preparado por mi tío Beto, mismo que se consumía a kilos por semana.

No era para menos, después de una cirugía a corazón abierto, mi papá había sobrevivido a los excesos de colesterol y grasas múltiples en los sabrosos potajes que se devoraba diariamente. Ahora, los platillos eran diferentes, pero con un sabor y textura casi idénticos.

Conservar la salud y por consiguiente la vida, era cuestión de mucha creatividad en la cocina y para eso mi mamá se pinta sola. Estoy seguro que de haber conocido y sabido lo que estaba sucediendo con mi papá, no se hubiera esperado al infarto para cambiar la forma de cocinar. Tú, que ya sabes del tema, ¿estás tomando las medidas necesarias?

De esa manera  podrás consumir carne y otros platillos placenteros durante toda tu vida, pero de forma moderada y equilibrada.

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.

@chefjuanangel