‘El médico militar’
De pequeño decidí que sería médico militar. Afirmarlo con completa convicción y ensayada entonación, era una reacción inmediata y espontánea a la pregunta de: ¿Mario, qué quieres ser de grande?, que siempre me hacían en reuniones familiares o festejos con amigos de mis padres.
Era una especie de reflejo, una bala disparada con similar rapidez a las descargas con las que Billy “The Kid” forjó su leyenda en el salvaje oeste norteamericano. La verdad es que nunca soñé con ser médico y mucho menos médico militar, tengo que ser completamente honesto al respecto; tampoco sabía exactamente lo que implicaría para mí y para mi futuro, ese futuro que para un niño pequeño parece estar a años luz de distancia.
Aun así, lo imaginaba, porque todo niño posee la facultad de la imaginación en un grado de pureza mayor al de cualquier adulto, gracias a que la sociedad y el “mundo real” no han ejercido su nefasto efecto en ellos.
Mi escasa edad de 6 años me permitía imaginarme como un médico militar que orgullosamente trabajaba en el Ejército Mexicano, alguien que portaba un hermoso uniforme verde, adornado con escudos, galones y botones en color dorado, similar al que había visto en la televisión en algún programa que no recuerdo, pero que sin duda alguna captó mi interés al grado de hacerme recordar esos pequeños detalles.
Inmediatamente, después de responder a todo adulto que me hacía la misma pregunta, me veía en el futuro, con una edad bastante más avanzada, -calculo hoy que aproximadamente unos 40 años- caminando con unas hermosas botas negras con un brillo intenso y un casco bajo el brazo.
Así avanzaba hacia mis responsabilidades por el largo pasillo de ese hospital en el que atendía a los pacientes con todo tipo de males e incluso algunos heridos de supuestos combates, porque a ellos era a quienes me debía como profesional de la Medicina.
No recuerdo exactamente por cuántos años más seguí con esta dinámica en mi imaginación, tampoco por cuánto tiempo más di la misma respuesta a las personas que me lo preguntaban. Sólo sé que, conforme iba creciendo, el interés de los adultos a mi alrededor por conocer mis futuros planes iba disminuyendo en proporción directa a mi edad y estatura ¿y por qué no decirlo?, también a mi falta de interés por mantener la conversación con ellos.
Hoy de adulto, recordar esta breve etapa de mi vida me llena de una gran satisfacción, aunque nada tenga que ver con mi presente, con mi profesión ni tampoco con mi vida personal.
Es un valioso recuerdo que atesoro con gran estima, porque me permite recrear con exactitud este repetido pasaje de mi infancia, cuando veía en mi padre una peculiar sonrisa de satisfacción que le hacía enarcar su poblado bigote transformando por completo su rostro, un adusto rostro que no estaba acostumbrado a estirarse así.
Nunca me lo dijo, pero cada vez que hablé de ser médico militar, pude ver en sus ojos una intensa emoción que luchaba por salir cada vez que me escuchaba. Hoy que hace años que no está conmigo, es uno de los recuerdos más valiosos de mi vida.
Papá, emprendedor, escritor, conferencista, consultor y podcaster.
LinkedIn: @MarioCoronaOficial