El nido vacío

El autor es director de Humanidades del Tecnológico de Monterrey Campus Sonora Norte.

Guadalupe y Fernando tienen tres hijos: Martha, Luis y Rebeca (de 28, 25 y 23 años de edad, respectivamente).

Martha decidió mudarse a Tijuana con su esposo y su hijo; Luis, por su parte, acaba de casarse y vive en Hermosillo desde que se fue a estudiar a la universidad; y Rebeca cambiará su residencia a Mazatlán, tras una oferta laboral.

Todas estas modificaciones han provocado que Guadalupe se sienta deprimida y Fernando un tanto angustiado; ellos no lo saben, pero experimentan el síndrome del nido vacío.

Este fenómeno es una de las etapas que conforman la evolución familiar.

En ella, los hijos dejan el hogar para independizarse, ya sea para formar su propia familia, por cuestiones profesionales, o simplemente en búsqueda de autonomía.

Es el periodo en el que la crianza de los hijos ha terminado, por lo cual es normal que se experimenten sensaciones de soledad, pérdida y tristeza.

Durante la fase del nido vacío, termina la tarea de los progenitores de formar personas maduras y autónomas; de pronto, se encuentran solos y resulta necesario aceptar la ausencia (física y emocional) de los hijos, así como adaptarse a la nueva situación.

El tamaño de la familia en casa se reduce y la pareja inicial vuelve a quedar sola, pero ahora con otras edades y con una relación diferente, donde en lo individual y como dúo, han vivido distintas experiencias.

Las ilusiones de un principio se han marchado y es momento de redefinir nuevos proyectos.

Y si bien la partida de los hijos afecta a ambos padres, cada uno la enfrenta de diferente manera.

Este choque suele tener mayor impacto en las madres, aunque distintamente para quienes se han dedicado de tiempo completo a la atención del hogar, que para aquellas que tienen otras actividades fuera de casa.

Las mujeres que se han enfocado totalmente a la crianza de los hijos, comúnmente experimentan miedo, temor o angustia de quedarse solas, pues su tiempo se llenaba con actividades alrededor de ellos, de sus éxitos y fracasos.

Lo anterior ocasiona que se sientan desmotivadas y poco útiles, y acarrea el riesgo de caer en depresiones o adicciones, ante la disponibilidad de tanto tiempo libre.

Por otro lado, aquellas que trabajan fuera de casa o han tenido otras actividades adicionales a las del hogar, suelen poseer otras perspectivas y proyectos personales, por lo que su vida cambiará, pero no tan drásticamente como en el caso anterior.

Aunque existe una tendencia a visualizar la diferencia con que se asume la partida de los hijos, en función de si las madres trabajaban o no, éste no es el único factor que lo determina.

Superar el cambio dependerá también de la madurez y los recursos personales con que cuente cada mujer para encontrarle sentido a su vida, como su inteligencia, autoestima, equilibrio emocional, generosidad y capacidad de adaptación.

Por otro lado, estos efectos no suelen presentarse de igual manera entre los padres, pues comúnmente su rol se conforma de una mayor diversidad de tareas.

Como proveedores de la casa, muchos incluso pueden experimentar un sentimiento de alivio, al disminuir la carga económica.

En cambio para aquellos cuyo papel central ha sido el de educador, comparten más con la madre los síntomas del desapego.

Cuando esta etapa coincide con la jubilación, se incrementa el riesgo de sufrir los síntomas de tristeza, soledad e inutilidad.

Es primordial recordar que no se deja de ser padre o madre nunca, sino que el rol y las responsabilidades cambian.

El distanciamiento es sólo físico, no tiene que existir una separación ni afectiva ni emocional.

De esta manera, aunque el nido se quede vacío, no será la depresión ni la angustia el sentimiento que reine, sino la satisfacción y el anhelo por un nuevo ciclo.

Usted, ¿qué piensa?

El autor es director de Humanidades del Tecnológico de Monterrey Campus Sonora Norte.

Presidente de Grameen de la Frontera.

@rafaelroblesf