Inteligencia artificial
Por los sesentas apuntaba H. M. McLuhan que los medios son extensiones del hombre. Herramientas e instrumentos amplían los poderes del ser humano como le vemos hacer a la rueda y la polea, al cuchillo de pedernal y a la memoria usb, a la trompeta y al smartphone.
Y en la línea de que las cosas se parecen a su dueño, el humano dota también a sus cosas de una personalidad que se asemeja y se acomoda a él, antes en apariencia, luego en su forma ergonómica, ahora en su conducta intelectual. Las cosas del hombre ahora, igual que él, aprenden.
El aprendizaje es el proceso a través del cual se modifican y adquieren habilidades, destrezas, conocimientos, conductas y valores. Y todo esto como resultado del estudio, la experiencia, la instrucción, el razonamiento y la observación. Pues bien, todos esos mismos actos cometen nuestros inventos humanos.
Las máquinas o dispositivos, softwers o aplicaciones, observan el entorno a su alcance, comparan y concluyen (razonan), lanzan directrices en consecuencia (instruyen), registran observaciones y resultados (experiencia) y enfocan determinados objetivos buscando algo (estudio).
A partir de este proceso -continuado y progresivo-, nuestras máquinas, dispositivos, softwares o aplicaciones, también van sabiendo hacer la tarea programada (habilidad) y la van sabiendo hacer mejor (destreza), van acumulando datos y los van conectando entre sí con una lógica determinada (conocimiento).
En base a esto van implementando y modificando sus acciones (conductas) y enriqueciendo los criterios fundacionales que les son guía y límite a su funcionamiento (valores).
La idea es a la vez sencilla y compleja, como la existencia misma. En este impresionante, colosal e insospechado universo, cualquier minúscula brizna de polvo contiene dentro de sí una nanoconstelación interior de cuerpos orbitales y enormes espacios vacíos donde cabría la extensión de las imaginaciones más borgianas.
El ser humano siempre ha tenido las facultades que sus sentidos le apropian. Para percibir desde la prudente distancia, el ver y el oír; para manipular con acuciosa curiosidad, el tocar; para inspeccionar aún con cautela, el oler; para interiorizar un bien con ya segura confianza, el gustar; y como resultado de cada uno de los anteriores estados, la creación de ideas y su interrelación reflexiva hacia una vocativa eugenesia.
Pues bien, de la misma manera es el comportamiento de nuestros enseres, tanto sea para protegernos como para construir, para cuidarnos y para medrar, el mínimo ciclo que fundamenta e impulsa la vida, crear y conservar.
Así funcionaron las vasijas que mejoraron nuestras manos juntas y los palillos chinos que mejoraron nuestros dedos; así los yelmos micénicos que endurecieron nuestro cráneo y así las
mirillas digitales que mejoran nuestro oteo. Las invenciones humanas no sólo han servido para mejorar nuestros sentidos, también han servido para aprovechar y manipular los recursos del entorno.
Así Arquímedes manipuló al sol con sus espejos ustorios defendiendo Sicilia; así las trompetas de Jericó replicaron los sismos orográficos que trepidan; así los amplificadores wifi extienden
las ondas electromagnéticas; así la fibra óptica redimensiona y optimiza llevando datos físicos por impulsos eléctricos.
Mejorar el hacer de nosotros los humanos, en lo factual y en lo intelectual y el funcionar del entorno en su monto y concentración, ha sido el enfoque siempre de nuestros instrumentos.
Y lo sigue siendo ahora en esta apasionante dimensión del aprendizaje de las máquinas, en los dominios de la ya conocida inteligencia artificial.
El autor es Publicitario miembro de ASPAC
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