La apatía: cáncer social
Me sorprende sobre manera el número creciente de conversaciones que escucho en torno a lo que acontece día a día y en tono de críticas, pesimismo y “preocupación”.
Pero, con asombro veo que no pasa de una buena plática de café, de un convivio social o charla banquetera; y menciono que no pasa nada porque a la mera hora me doy cuenta de la apatía que hay por participar e intentar cambiar aquello que precisamente se quejan.
No se dan cuenta que por dejarse llevar por la desidia o el desánimo, por pensar: en que nada pasa si uno hace algo, “nunca hacen caso”, sigue todo igual o peor, por no hacerse un campito de tiempo o por no salir de nuestra área de confort entre otras cosas. Nosotros mismos estamos generando y acrecentando nuestro propio malestar pues dejamos quizás a que los menos, pero más participativos y vociferantes lleguen a tomar las decisiones equívocas para el colectivo social.
Y es que no es para menos, se entiende ante la impotencia de las malas experiencias vividas propias o ajenas al ver la inoperancia de las autoridades o bien, la operancia de éstas ante el favoritismo del influyentísimo o peor aún, de las corruptelas en aras de lucrar con los cargos conferidos.
La apatía tiene distintas vertientes o aspectos y una de ellas hoy en día es un cáncer social, me refiero a la apatía social.
Se da cuando los miembros de una sociedad, por los motivos que sean, pierden o no tienen interés por preocuparse, participar o involucrase de alguna manera por su entorno sea éste social, político, ecológico, etc.
Esto es lo peor que le puede pasar a una comunidad porque no es más que desear el suicidio “sin” responsabilidad “propia” y llevándose entre las patas hasta a los de su entorno más cercano.
La participación ciudadana es ya un derecho individual y de la colectividad en su conjunto, reconocido ya por distintas legislaciones. Y es fruto de años y décadas a veces, de diferentes personas que dieron no sólo su tiempo, patrimonio y talento sino hasta la vida.
Ésta es sin duda uno de los pilares de cualquier ordenamiento democrático y ha de ejercerse libre y responsablemente, mirando siempre por el bien común y sus valores universales.
Las instituciones y gobiernos no deben verla como una amenaza en sí; pero les compete generar las condiciones adecuadas y mecanismos claros para que se lleve de manera imparcial y equitativa, dándole su soporte jurídico.
Y los ciudadanos deben de tener la responsabilidad y conciencia social de ejercer ése derecho y participar. Y no pensar que hacerlo es sinónimo de militancia partidista.
Pensar así, es olvidar que el ser humano es un ente social por naturaleza y por ende va implícita la participación social en todo aquello que le aqueja. Es un deber cívico y moral de la persona involucrarse, participar, opinar, tomar decisiones y eso es hacer política apartidista.
No es haciéndose a un lado ni dejando que otros lo hagan, que los problemas se resuelven: al menos de la mejor manera.
El autor es L.R.I., profesionista independiente, analista político, consultor en MKT y especialista en asunto migratorios.julioibarrola@hotmail.comRed social: Julio Ibarrola Suárez