La dieta del balde
(De mente abierta y lengua grande)
Se trataba de un ritual celebrado dos veces por semana, el santo en procesión era un balde, sí, un baldecito de plástico mediano color rojo, asa blanca y tapa semitransparente, de esas blandas que entran a presión; en su interior transportaba 3 kilos de harina, medio de manteca vegetal y un puñito de sal, cada uno empacado religiosamente en bolsas recicladas de plástico. El balde recorría 6 kilómetros semanales en las dos travesías que realizaba. Salía de una casa, cruzaba la cañada (que solamente llevaba agua en época de lluvias), un par de corrales, rodeaba el panteón municipal, atravesaba la colonia Buenavista y al fondo de la misma, en una casa de adobe muy sencilla, lo esperaba con ansias ‘La Carmela’, quien recibía el recipiente, lo ponía a un lado de la sagrada hornilla y me despedía con el recordatorio: “Mañana por la tarde dile a tu mamá que ya estarán listas”. Se trataba de tortillas de harina, tortillas grandes, de agua, de esas que acompañaban todos los platillos de la semana: sopeada en frijoles caldudos, remojadas en caldo de queso, untadas con mantequilla, en burros de aguacate con queso fresco (el aguacate es cosa exclusiva de la Capital del Mundo, donde mi nana tenía árboles), tostadas para el empacho y hasta de postre embarradas con punto de Ures.
‘La Carmela’ era la encargada de completar el gran placer de comer, a través de sus habilidosas manos daba forma a enormes tortillas capaces de arropar más de medio kilo de cuajada. ‘La Carmela’ hacía tortillas, grandes y de manteca, y lavaba ajeno, con eso alimentaba a una familia y facilitaba la vida de muchas más. Las tortillas grandes fueron el motivo de mucho sudor y pesar, y también, de grandes satisfacciones, tantas que se volvería a morir si escuchara el impronunciable e incorrecto adjetivo con que se nombran hoy: tortillas s........s; las tortillas son grandes no sólo por su tamaño, sino por lo que representan dentro de nuestra gastronomía, tanto que deberían ser el distintivo principal aún sobre la sabrosa carne asada. Somos el único estado de México que las produce de esta manera.
Las tortillas son grandes porque exigen mucha fuerza y también una habilidad de maniobra excepcional de magnitudes acrobáticas para darle forma y grosor, sin dejar de mencionar la gran resistencia al calor que se necesita (ambiente y del comal) para cocinarlas. Las tortillas son grandes porque han dado de comer no sólo a quienes las disfrutan, sino a muchas mujeres y hombres que las preparan y con eso mantienen a sus familias. Las tortillas son grandes no sólo porque envuelven grandes porciones de alimentos, sino porque son el mejor compañero para cada uno de ellos. Las tortillas son grandes porque no ha habido ingenio humano capaz de crear una máquina que las haga de manera industrial, solamente se pueden fabricar de manera artesanal.
Puntual a la cita de ‘La Carmela’, regresaba por el balde, que ahora tenía más valor, contenía el fruto de años de experiencia: más de tres kilos de tortillas dobladas simétricamente, que se disponían a ser consumidas por 4 personas, es decir, 1.5 kilos de tortillas por integrante de mi familia; esa era la dieta del balde: 6 kilos de tortillas semanales que desembocaron en un infarto, muchas lonjas y nalgas extra (las del juicio, que brotan con singular alegría sobre los glúteos que Dios nos dio, a unos más que a otros). La dieta del balde es, aún en muchos hogares, un estilo de alimentación que nos da los primeros lugares de obesidad en el país, sumado a los muchos problemas de salud que destrozan vidas y familias completas.
La tortilla es grande, pero es más grande quién la sabe comer, esa, será la única manera de disfrutarla por más tiempo. Recuerden, todo con medida.
El autor es licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.
@chefjuanangel