La necesidad de compasión la más humana de las virtudes
Varias escenas aterradoras diariamente se difunden en los noticieros… ¡nos toca ver y también sentir!
Evidentemente, se percibe una importante conciencia social de la seria amenaza que representa la violencia interpersonal tanto para la convivencia como para la seguridad, el bienestar y la salud de los ciudadanos.
Así podemos confirmar una conexión íntima y dinámica entre cómo nos percibimos a nosotros mismos, a los demás y a la sociedad en nuestro contexto, en primer lugar; y, en segundo lugar, en cómo y qué estamos experimentando con lo que sucede y hemos aprendido. Esto influye en la manera en que actuamos.
Es decir, nuestras emociones definen nuestro comportamiento, y nuestros pensamientos y percepciones –actitudes, opiniones y valores- determinan como experimentamos al mundo y a la sociedad.
Por ejemplo, si vemos la sociedad como un lugar peligroso y a los demás como insensibles e interesados, nos relacionamos con ellos basados en el miedo, la sospecha, la rivalidad y el antagonismo.
En contraste, si vemos la sociedad como un lugar pacífico en general y a los demás como personas sensibles, colaborativas, altruistas; lo experimentamos con un sentido de confianza, pertenencia y seguridad.
En esta cultura distorsionada, que nos toca vivir, modelar y educar, las prioridades se han invertido y a veces las niñas, los niños y los jóvenes crecen sintiendo compasión por situaciones realmente irrelevantes que tienen que ver con sus celulares, marcas de artículos, lugares de moda, personas y riquezas que no han trabajado para obtenerlas, mascotas que mueren por la negligencia y tráfico vehicular o árboles que se talan, etc.…, pero siendo totalmente indiferentes a las realidades lacerantes, la pobreza, la exclusión, la discriminación, la violencia y la muerte, entre otros.
De esta inversión de valores tenemos mucho que ver todos como sociedad que hemos ido moldeando sus sentimientos y dando ejemplo de la forma en que sentimos admiración casi ilimitada por las cosas materiales, por el poder o por el éxito y de la manera en que sentimos aversión o indiferencia frente a las causas verdaderamente vulnerables.
Reflexionemos ¿Y por qué la compasión se nos resiste? Porque nos aterra sentir tanto dolor emocional oculto, lo ‘olemos’ con el ego y con la culpa que lleva detrás, es tan terrible que salimos corriendo en dirección contraria, negándonos a la evidencia de que el otro, es nuestro espejo, soy yo: Su miedo y su dolor, son los míos…somos humanos.
Es lógico que el corazón se cierre cuando experimenta miedo o es lastimado.
Se piensa con decepción o que se han aprovechado los demás muchas veces, se reacciona a la defensiva y con enojo.
Entonces, ¿Cómo abrir nuestro corazón? Cada vez que comprendemos a otro, que deseamos auténticamente su bienestar, una fuerza interna se genera en nosotros, incrementando nuestro propio bienestar y el de nuestro cerebro.
Son bien conocidos los estudios científicos que apoyan la conclusión de que el desarrollo de la compasión y el altruismo tienen un efecto positivo sobre nuestra salud física y emocional. Nuestro grado de bienestar psicológico depende en parte del tipo y calidad de relaciones que forjamos con los demás.
Si tejemos relaciones con hilos de bondad y la compasión es más fácil que nos sintamos satisfechos con nuestras acciones.
Como para tomar conciencia y acción: ¿Estamos educando la compasión en un sentido verdaderamente humano, tratando de acompañar el desarrollo de emociones que se conduelan con los que sufren y sean capaces de distinguir lo verdaderamente grave y relevante en la vida?
DRA. ANA DOLORES QUIJADA CHACÓN
Psicología Clínica y Psicoterapia anadolores65@hotmail.com