La ‘no princesa’
(PRIMERA PARTE)
Muy a mi pesar tuve que salir de la oficina para realizar un trámite importante.
Y como era viernes, tenía que terminar mis tareas porque tenía que estar desocupado para participar en un programa de radio.
Llegué temprano, a sabiendas de que siempre hay mucha gente.
Fui de los primeros 10 que cruzaron ese umbral de esperanza, que te llena de gozo porque cuando menos ya estás dentro de las oficinas.
Aún así, 20 minutos después de entrar atendieron a los tres primeros clientes.
Ellos se desocuparon casi al mismo tiempo; pero la segunda tanda tardó bastante.
Yo miraba mi turno 007 con cierta desesperación después de 40 minutos.
Las tres mujeres que atendían se desinfectaban las manos religiosamente después de tocar papeles.
Por fin llegó mi turno.
Como si la silla tuviera un resorte, me levanté con rapidez, y mientras me aproximaba a la ventanilla, aprecié a quien me atendería: Ojos café oscuros, cabello medio, largo y recogido, con un cubrebocas distintivo.
El solo contorno de las cejas hablaba.
Quizá tendría unos 24 años.
Sus manos se veían maltratadas, quizá por tanto gel; pero todo lo del escritorio estaba bien acomodado.
Se notaba el orden.
-Buenos días, princesa.
De repente arqueó las cejas y eso lo decía todo.
Sentí miles de cuchillos clavados en mí.
No podía verle el rostro, pero así como nos damos cuenta cuando alguien sonríe, así era notorio el disgusto.
Esperaba lo peor, mínimo que el fuego de sus ojos lo exhalara a través del cubrebocas.
Pero con una fingida voz dulce pero firme, me dijo:
- No me llame princesa, señor.
Me quedé como Cardoso cuando Creolina se levantó el velo… Sorpresato et atonio, tardé en reaccionar.
Para mí, desde niño todas las mujeres son princesas... y a mi cerebro le costaba procesar la negativa y el evidente enojo.
Por fin reaccioné pidiendo disculpas.
- Oh, me disculpo, ¿su nombre es?
- Martha.
- Bien, Martha.
Buenos días, ¿cómo está usted?
Y con tono de enfado me dijo:
- ¿En qué le puedo ayudar, señor?
Ni siquiera me contestó la pregunta.
“Bertha has been danced”, pensé para mí.
Tanto tiempo esperé para hacer el trámite como para que me la hagan de emoción por esta circunstancia. Aun así, presenté mis papeles.
Llevaba copia de todo y documentos extra por si las ‘flais’, y creo que no di oportunidad de nada, pero...
- La solicitud está en computadora, señor.
- Eam, ¿¡no es mejor!? (No creo que me hagan un estudio de Grafología).
- Tiene que ser a mano y con letra de molde.
No daba crédito a mis oídos.
Ya mi cuerpo había sido apuñalado y ahora mis oídos me taladraban la misma palabra:
“Princesa, princesa, princesa”.
“Ándale, chiquito”, como diría mi abuela.
El autor es Maestro en Educación y profesionista independiente.
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