La prueba de la confianza
Llegó a las puertas de la iglesia y tocó.
—¿Quién toca?
— Mi nombre es Meredith, vengo desde una lejana aldea.
Necesito hablar con usted y un lugar donde dormir. No conozco a nadie más en esta aldea.
—En un momento abriré la puerta—. El fraile tomó una de las antorchas, caminó rumbo a la puerta y la abrió.
—Muchas gracias, espero no molestar.
—No lo haces. Mi nombre es Usher. Soy el fraile responsable de esta iglesia. Aquí tendrás un lugar en donde dormir y algo de pan por el tiempo que lo necesites.
—Lo agradezco, pero también necesito su ayuda.
—Dime, ¿cómo puedo ser útil?
—Tengo la importante misión de continuar con el trabajo que el gran mago Merlín inició años atrás. Debo lograr que los aldeanos se sumen a la causa de recuperar la magia verdadera.
—¿Magia verdadera has dicho?
—Sí, y si usted ha oído hablar del legado de Merlín, sabrá que no estoy bromeando.
—Entiendo. Pero debo estar seguro de que éste no sea otro engaño para aprovecharse de los aldeanos.
—¿Qué le dice su corazón, Usher?
El fraile lo observó a través de sus ojos color azul, como si indagara en su alma.
—Sé que puedo confiar en ti. Pero quiero escuchar tus propias palabras de por qué debo hacerlo.
—Porque la magia verdadera existe en todos nosotros, en cada ser humano de este planeta, en el milagro de la vida, en cada pequeño detalle de la naturaleza. Todos los seres humanos tenemos
la libertad de soñar y también la capacidad para hacer esos sueños realidad. Esa es la verdadera magia, que nos da libertad y nos hace responsables de ejercerla.
—Te he escuchado con atención y te creo. Puedo ver a través de tus ojos la lucha que has librado contra tus propios demonios en aras de esta misión. Mañana iniciaremos. Meredith sonrió, pero su sonrisa fue apenas un gesto incapaz de demostrar su inmensa satisfacción. Agradeció a Usher, el fraile, por su ayuda y lo siguió para instalarse en el lugar asignado para su descanso.
Al día siguiente desayunaron y salieron temprano. Mientras caminaban hacia la primer casa, Meredith le preguntó a Usher:
—¿Qué debo decir para convencerlos?
— Lo mismo que me dijiste anoche, con la misma convicción. Deja que sea tu corazón el que hable y no tu intelecto.
Junto al fraile, recorrió la aldea familia por familia y triunfó en su misión. Serían sus aliados, cómplices que responderían ante su llamado. Su palabra bastaba para cerrar el trato. Así se lo hizo saber Usher.
Con independencia de nuestras creencias, todos tenemos un propósito en este mundo, más allá de nuestro trabajo o deberes. Un propósito del que es fácil dudar por lo romántico o fantasioso que puede lucir ante nuestros ojos y los de los demás.
Cuando sientes que has encontrado ese propósito, lo primero que debes hacer es asegurarte de que crees en él con completa convicción. Noes suficiente, pero si indispensable para que otras
personas puedan creer en ti al momento de escucharte hablar al respecto.
La confianza de otras personas es algo que sólo podemos aspirar si primero nos dedicamos a confiar en nosotros mismos.
El autor es papá, escritor, conferencista, consultor, podcaster
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