La sopa sólida de huevo

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

Los hijos de la Carmela tenían caracteres muy particulares, cada uno era popular en diferentes aspectos, todos igual de conocidos en la Capital del Mundo; pero quien se llevaba las palmas era La Chata, su espontaneidad tan inocente y pícara era del gusto popular, aceptada y querida por la mayoría.

La Chata era alta, delgada, morena, de facciones duras y con una dentadura que le permitía sonreír siempre con harta alegría.

Durante años, Carmela hizo tortillas grandes a mi mamá y también le apoyó lavando nuestros cargados pañales, en esos momentos La Chata empezó a volverse parte de la familia; cuando Carmela llegaba temprano, era seguro que la acompañaría, y para mí, eso era motivo de fiesta.

La presencia de La Chata a la hora del desayuno implicaba un cambio de planes que me llenaban de gozo (no hay mejor palabra para describir la emoción).

De la puerta principal de la casa pasaba directo a la cocina, sacaba el sartén azul de peltre y lo calentaba, agregaba suficiente aceite y mientras tanto buscaba en el refrigerador “la bolsa de restos”; dentro de la logística de conservación de alimentos impuesta por mi mamá, había dos bolsas que almacenaban restos de tortillas, una para las de harina (que después las guisaba con mantequilla, pero esa es otra historia) y otra para los pedazos de maíz.

La Chata tomaba los restos de tortillas de maíz y los troceaba con la mano, luego, directo al sartén; mientras se doraban, picaba suficiente cebolla de rabo, la agregaba, espolvoreaba sal y vertía algunos huevos; en cuestión de minutos quedaba listo uno de los desayunos más suculentos: “huevos con tortillas”, “migas”, “basuritas” o la tan conocida “sopita de huevo”, que de sopita no tiene la mínima característica.

La Chata las acompañaba con unas buenas cucharadas de frijoles y en la mesa me ponía la infaltable salsa catsup, la cual exigía ser removida con un cuchillo para que pudiera ser expulsada sobre la sopita sin bañar de tomate a un cristiano.

La mano de La Chata era parte fundamental para el éxito de las sopitas de huevo, hasta la fecha sigo fracasando al tratar de igualar su fórmula.

El huevo es uno de los alimentos básicos en la preparación de bebidas, postres, salsas, ensaladas y platos fuertes, su uso se remonta al año 6000 a.c., momento en que nació la avicultura con la domesticación de las gallinas en Asia.

Sin embargo, hay constancia de la cría de gallinas hasta el año 45 d.c. en España.

Y fue hasta la década de los setentas, en el siglo pasado, cuando se industrializó el sector.

Siguiendo con la numeralia, en el empaque de los huevos podrás encontrar un dato que te permitirá saber la frescura del producto, debajo de la fecha de caducidad hay un código que va del 001 al 365, el cual indica el día en que se empaquetaron.

Cada código corresponde a un día del año, por ejemplo: 001 equivale al 1 de enero.

Ahora, lo que falta por descubrir es: a quién se le ocurrió la magnífica idea de hacer la famosa sopita de huevo.

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

@chefjuanangel