Los valores desfocalizados
La mayoría de las organizaciones que ingresan a uno de los niveles del desarrollo organizacional, además de colocar en la pared de sus oficinas la misión y visión de sus organizaciones –sobre todo las empresariales--, lo hacen para dar a entender que tienen un origen y un fin y en medio se ubican los valores como una plataforma que indica al cliente la rectitud con la que opera el personal.
Sin embargo, ese listado de valores realmente no dice nada. Se supone que no es necesario señalarlos pues de no enfocarse en ellos simplemente el cliente dejaría de serlo.
Las organizaciones, per se, sin necesidad de andar cacaraqueando sus características cuentan con atributos muy propios que afectan de manera positiva o negativa su imagen y por ende, su productividad.
Por lo general, se enlista un número determinado de valores que dejan poco en la mente de quienes lo leen: honestidad, respeto, lealtad y un largo etcétera. Los conceptos están desfocalizados y llaman poco la atención. Para unos, honestidad significa equis y para otros, ye.
En cambio, lo que puede dejar una concepción más acorde de la organización son los principios, la base en la cual fue fundada.
Los principios son el conjunto de valores, creencias y normas que orientan y regulan la vida de la organización. Son el soporte de la visión, la misión, la estrategia y los objetivos estratégicos.
Estos principios se manifiestan y se hacen realidad en nuestra cultura, en nuestra forma de ser, pensar y conducirnos.
Hay que abundar al respecto.
Es más impresionante establecer como principio de honestidad: “Nunca hemos sufrido una demanda ni queja de un cliente. Nuestros procesos de calidad se mejoran continuamente”. ¿Me explico?
Se deben pues establecer parámetros sostenidos por la organización y que han permanecido inalterables –los valores suelen cambiar o transmutar conforme al paso de los años, de allí también otra causa de desfocalización--, lo cual otorga más confianza a quien busque la interacción con el ente.
Y como este ejemplo hay otros que permiten tanto a quienes pertenecen a la organización como aquellos que interactúan con ella, visualizar mentalmente su capacidad.
Otro ejemplo. El principio del orden: “Tenemos la obligación permanente de observar una disciplina que se refleja tanto al interior como al exterior de la organización, bajo el precepto de que el orden es el principio y fin de nuestra existencia”. ¿Verdad que esto dice mucho más que cualquier concepto que nuestro cerebro no capta? Y es que el orden se puede ver, medir y culturizar.
Bajo estos contextos, ya es hora de que quienes conduzcan una organización piensen en renovar su pared y dejar de lado los conceptos sosos para entrar en los señalamientos que impacten a todos y que originen la creación de una cultura adecuada de la cual enorgullecerse.
El autor es periodista con más de 30 años de experiencia en medios escritos y de internet, cuenta con Licenciatura en Administración de Empresas, Maestría en Competitividad Organizacional y Doctorado en Administración Pública. Es director de Editorial J. Castillo, S.A. de C.V. y de CEO, Consultoría Especializada en Organizaciones… Cuando la unión de esfuerzos no es suficiente.
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