Reflexiones desde un roof garden
En el roof garden del tercer piso de Plaza Carso hay algunos niños y niñas jugando sobre el césped artificial, es un gran espacio rodeado por edificios altísimos que simulan espejos gigantescos. En el cielo aparecen algunos pájaros y más alto, pasa un avión y luego otro. Mi hijo de dos años los saluda desde la parte más alta de un resbaladero de plástico. He estado atenta a las noticias. La tensión entre Estados Unidos e Irán, posterior al asesinato del general iraní Qasem Soleimani aumenta escalonadamente.
La gente habla de una posible tercera guerra mundial, como si una primera y segunda no hubiesen sido suficiente lección para la humanidad. Me pasa eso que, quizás a otras personas también, empiezo a imaginar situaciones dolorosas que no quiero, pero no puedo evitar; al mismo tiempo que mi hijo de dos años saluda a los pájaros y aviones desde el tercer piso de Plaza Carso, visualizo bombas cayendo sobre niñitos de su misma edad. Gerardo, mi hijo, estaría aterrado ¿qué haría con él? ¿dónde lo escondería? ¿cómo lo protegería? Seguramente su hermano querría salvarlo, pero ¿por qué un niño debería tener que salvar a otro? Quienes tenemos hijos, hijas, o tenemos la dicha de alguna manera de estar en contacto con niñas y niños, vivimos enamorados de su inocencia, ternura, su espontaneidad, alegría, travesuras y el amor perfecto que nos dan. Sabemos que dependen absolutamente de nosotros, de la protección que les brindemos.
Francamente, me parece increíble que se mencione siquiera la posibilidad de una tercera guerra mundial con tanta facilidad, como si hablar de guerra no implicara el terror de niñas y niños, la angustia y el miedo de seres humanos, como si fuera un juego de lanzar misiles y destruir, nada más; como si no tuviéramos conciencia de que la creación de la ONU y la misma existencia de los Derechos Humanos a nivel internacional tienen el mismo antecedente, evitar repetir a toda costa las atrocidades que vivió la humanidad a causa de dos guerras mundiales; como si se olvidara el objetivo de la paz mundial y el respeto a la dignidad del ser humano.
Es absurdo habituarnos al conflicto de casi nueve años en Siria, a la crisis de Venezuela, a las recientes violaciones graves a derechos humanos en Chile, a vivir en un país de narcos y violencia bárbara; a ser testigos mudos mientras que Australia arde, mueren personas y millones de animales; y que en lugar de que las potencias se movilicen y envíen ayuda, se manden a miles de soldados a Irán.
Seamos sensatos, la única guerra, el único combate válido en estos tiempos y para el cual se necesita la alianza de todos los países del mundo debiera ser exclusivamente para salvar al planeta y a un sin fin de especies en peligro de extinción, que la misma humanidad se ha encargado de casi desaparecer.
Urge atender la emergencia climática, los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sustentable que conforman la Agenda 2030 de Naciones Unidas, como poner fin a la pobreza, hambre cero, igualdad de género, la reducción de las desigualdades; ciudades y comunidades sostenibles, energía asequible y no contaminante, trabajo decente y crecimiento económico, paz, justicia e instituciones sólidas, salud y bienestar, educación de calidad, entre otros.
Esto último tiene mucho más sentido y es ,además, un compromiso que asumieron los líderes del mundo en 2015 y que debiera lograrse en el año 2030. Hacia allá debieran estarse canalizando los esfuerzos, la coordinación y cooperación internacional a través de los y las líderes del mundo, de quienes se requiere hoy más que nunca, sean moderados.
La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.