Ven y hablemos del dolor
En la vida experimentamos diferentes tipos de dolor, pero en esta ocasión quiero referirme especialmente al dolor emocional. Ese dolor que puede ser causado por muchas cosas que nos afectan o destruyen sentimentalmente.
El dolor no es igual en todos, se disfraza de muchas maneras, por eso no hay comparación alguna de un dolor a otro porque todos experimentamos, asimilamos y vivimos el dolor de manera diferente.
Sin embargo, sé que todos hemos vivido con algún dolor en nuestra vida y es ahí cuando se activa nuestra capacidad de aprender a sobrellevar las cosas y aprender a vivir con él.
Hace un año y medio me tocó vivir una situación dolorosa que en su momento me afectó mucho, me marcó, pero no abundaré mucho en ella porque lo importante fue lo que aprendí y cómo convertí aquel dolor en crecimiento.
Cuando el dolor llegó a mí, yo me rehusaba a sentirlo, recuerdo muy bien que me frustraba el no saber cómo hacer que se fuera de mi vida. Me desesperaba al grado de llorar por no encontrar la manera de sentirme feliz y plena, deseaba con todo mi ser que, de un día para otro, este dejara de estar ahí.
Pasaron los meses y el dolor seguía ahí, me preguntaba a mí misma ¿por qué no se va? ¿qué tengo que hacer para dejar de sentirme así? ¿por qué yo? Y así me cuestionaba una y otra vez, pero al parecer él había encontrado en mí una habitación disponible en la cual hospedarse.
Cierto día, agotada de buscar maneras para dejar de sentirme así, opté por rendirme, cansada saqué mi bandera blanca y dejé de luchar contra él, francamente me sentía derrotada y decidí abrirle la puerta para finalmente decirle: “Bienvenido a mi vida, puedes pasar”. Y fue justamente en ese momento cuando descubrí, que lo único que debía hacer con el dolor, era aceptarlo.
A partir de ahí, mi perspectiva de él cambió por completo, empecé a conocerlo, supe cómo tratarlo y me di cuenta de que en sus maletas venían cosas buenas que fui descubriendo al pasar de los días y que el peor error que cometí fue haberme rehusado a sentirlo.
Después de un tiempo, nos hicimos buenos amigos, me enseñó a ser más fuerte, me volvió más sabia, chistosamente al conocerlo me conocí a mí también y, sobre todo, me enseñó amor propio. Y un día sin avisar se fue, desapareció, supongo que acabó su estancia en mí, dejando una habitación libre para la felicidad y la plenitud que rápidamente ocuparon su lugar.
Su despedida me enseñó que el dolor es como una goma de mascar, que no lo tiramos hasta quitarle su sabor por completo, es decir, lo masticamos una y otra vez, le quitamos lo bueno, pero no nos quedamos con él, porque finalmente al cumplir su función lo desechamos. Y así es exactamente el dolor, lo aceptamos, nos quedamos con sus aprendizajes y cuando finalmente cumple su propósito, se va para dejarnos sanar completamente.
Debo confesar que de vez en cuando me visita, pero ahora lo conozco y no lo dejo quedarse tanto tiempo.
Estudiante en Ciencias de la Comunicación y locutora en Pop Extremo.
Instagram: @angiecampa19