Tolerancia a la lactosa, asociado a una mutación genética
HERMOSILLO, SON.- Aunque resulte extraño, sólo 1 de cada 4 personas en el mundo puede consumir leche, queso y toda clase de lácteos durante toda su vida sin sufrir de hinchazón, diarrea, malestar estomacal y todos los síntomas asociados a la intolerancia a la lactosa.
A pesar de que la reciente aparición de yogur, crema y un sinfín de productos deslactosados pueda llevar a creer que la intolerancia a la lactosa es un mal contemporáneo, lo cierto es que está escrito en nuestros genes.
Así como los demás mamíferos, el principal alimento de los recién nacidos es la leche materna, un suero formado de lactosa, repleto de nutrientes y anticuerpos que aporta todo lo que el cuerpo necesita para desarrollarse sanamente durante sus primeros años.
Para sintetizar estos nutrientes, todos los bebés y las crías de mamíferos producen lactasa, una enzima presente en el intestino delgado que se encarga de digerir la lactosa de manera adecuada.
Producción de lactasa
Este mecanismo funciona a la perfección durante el período de lactancia; sin embargo, entre los 2 y 4 años de edad aproximadamente, los humanos dejan de consumir leche materna y comienzan a adquirir nutrimentos de otras fuentes de alimento, un proceso que la naturaleza considera definitivo.
Entonces el intestino delgado sufre un cambio sin retorno: en vista de que ya no es necesaria, la producción de lactasa desciende drásticamente y así se mantiene durante el resto de la vida adolescente y adulta.
Por lo tanto, cada que una persona con muy baja lactasa consume leche, helado u otro lácteo cualquiera, la incapacidad de su organismo para absorber lactosa provoca una serie de síntomas desagradables que van desde hinchazón o diarrea, hasta náuseas y dolor abdominal.
Este cambio fisiológico explica por qué aproximadamente el 75 % de la población mundial es intolerante a la lactosa, pero… ¿qué hay del resto?
Mutación genética
La minoría de personas que toleran la lactosa durante toda su vida (el 25 % de la población mundial) son uno de los mejores ejemplos para demostrar cómo funciona la selección natural en los humanos.
Hace unos 10 mil años, la humanidad experimentó una transformación definitiva con la invención simultánea de la agricultura y la ganadería.
La disponibilidad de animales en pie y de semillas para alimentarse marcó el paso decisivo al sedentarismo; sin embargo, la situación en los climas más fríos dificultaba el cultivo de granos, frutas y verduras para subsistir.
En estas geografías extremas, la ganadería adquirió un papel imprescindible. El aprovechamiento de animales vivos como única fuente de alimento llevó a la humanidad a hacer de los huevos y la leche alimentos presentes durante toda su vida.
Esta dieta se convirtió en el sustento de las poblaciones donde la agricultura tenía un rol secundario y a la larga, una mutación en los genes responsables de la lactasa que inhibía su descenso y mantenía los mismos niveles de la enzima durante toda la vida desató un proceso evolutivo.
Aquellos individuos que poseían esta mutación tenían la ventaja de poder consumir productos lácteos durante toda su vida, mientras los que dejaban de producir lactasa tenían mayores dificultades para subsistir.
La mutación se transmitió a través de miles de años y tras decenas de generaciones, todos los descendientes heredaron estos altos niveles de lactasa y por lo tanto, aseguraron su supervivencia.
Las consecuencias de esta mutación se mantienen presentes hasta hoy: en los países nórdicos y otras regiones del norte de Europa, la enorme mayoría de la población (más del 90 %) toleran perfectamente la lactosa, mientras que en África y Asia se presenta la menor tolerancia láctea de todo el mundo.