Descocada prohibición
La diputada morenista Magaly López Domínguez consiguió que el Congreso de Oaxaca prohibiera en su entidad la venta de bebidas azucaradas y alimentos de contenido calórico a niñas y niños.
“Los comerciantes podrán seguir vendiendo sus productos, pero ya no de forma directa a los menores de edad. Será algo muy similar a lo que pasa actualmente con la venta de cigarros y alcohol”, dijo entrevistada por El Universal.
La aprobación de su ideota se dio un par de semanas después de que el subsecretario federal de Salud, Hugo López-Gatell, despotricara contra los refrescos a partir de la mentira contumaz de que son “veneno embotellado”.
La industria mexicana de bebidas respondió que el funcionario la estigmatizaba:
“Satanizan una actividad estratégica para la economía y un producto que está en la preferencia de millones de mexicanos”, lamentó, porque coloca al refresco embotellado como “enemigo público”, sugiriendo que su consumo incide en la matazón provocada por el nuevo coronavirus.
No admite discusión que el consumo excesivo de calorías y carbohidratos genera padecimientos que se antojan endémicos de la población, en particular la obesidad, la hipertensión y la diabetes, pero lo que López-Gatell y el Congreso oaxaqueño reflejan son prejuicios mucho más inclinados a la ideologización que a la salud pública.
Para los refresqueros, la obesidad es un problema multifactorial.
“Las causas van más allá de las calorías ingeridas e involucran no sólo los hábitos alimenticios, sino la falta de habilidad física y el entorno social”.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la ingesta calórica diaria proviene de alimentos no envasados en algo más de 70%, en tanto que los provenientes de las bebidas embotelladas contribuyen en poco menos de 6%.
“¿Para qué necesitamos el veneno embotellado, el de los refrescos? ¿Para qué necesitamos donas, pastelitos, papitas que traen alimentación tóxica y contaminación ambiental…?”, es la pregunta que se hizo López-Gatell en Berriozábal, Chiapas, a la que en Oaxaca se ha dado una demencial respuesta.
Pese a lo que se diga en contra, la “comida chatarra” suele empaquetarse al vacío y es de suponerse que cumple con las medidas sanitarias que fijan las autoridades y la ley.
¿Niñas y niños oaxaqueños ya no podrán comprar donas Bimbo pero sí guajolotas o molotes de papa con chorizo?
En su ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’, Bernal Díaz del Castillo cuenta cómo, tras la victoria española en Centla, Tabasco (25 de marzo de 1519), “enterramos dos soldados (…) y quemamos las heridas a los demás y a los caballos con el unto del indio”.
Y al final de una batalla contra los tlaxcaltecas (septiembre del mismo año) “con el unto de un indio gordo que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos, que aceite no lo había…”.
Los López-Gatell-Domínguez creerán que aquellos prehispánicos proveedores de grasa comían galletas de la Tía Rosa y tomaban Coca Cola?