La terrible desigualdad
El pasado 31 de julio el INEGI publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares correspondiente a 2018 (Enigh 2018).
A lo largo de la numerología que ofrece el estudio brotan, una y otra vez, los datos de nuestra profunda inequidad.
El primer decil, donde se ubican los hogares más pobres, registró un ingreso promedio al trimestre de 9,131 pesos por hogar (101 pesos diarios). En cambio, en los hogares del décimo decil (el más rico), el ingreso promedio trimestral fue de 166,750 pesos (1,853 pesos diarios).
El ingreso corriente promedio trimestral por hogar de las áreas urbanas es 1.8 veces el de las áreas rurales, lo que significa que en el campo se siguen concentrando los mayores rezagos económicos y sociales.
Cada uno de los 83 millones de mexicanos que perciben ingresos por alguna actividad, obtuvo un ingreso promedio trimestral de 18,016 pesos y aquí vienen las diferencias. Una persona con discapacidad percibe 11,438 pesos; una persona hablante de lengua indígena 8,330 pesos (pero si es mujer 5,780 pesos).
Los hombres con posgrado completo o incompleto perciben 109,452 pesos trimestrales, sin embargo, las mujeres solo 61,934 pesos, 77% menos. Un hombre hasta con primaria completa tiene un ingreso trimestral de 11,078 pesos, una mujer 5,890 pesos.
A nivel territorial se identifican, también, importantes diferencias. La Ciudad de México y Nuevo León registraron el mayor ingreso corriente promedio trimestral por hogar, con 79,085 y 68,959 pesos, respectivamente. Sonora ocupa el sexto lugar nacional con 59,883 pesos. En el polo contrario, el del atraso y la pobreza, el promedio de Guerrero fue de 29,334 y el de Chiapas de 26,510 pesos.
No son estadísticas frías. La evidencia que proporciona la Enigh 2018 habla de cómo está compuesto nuestro tejido social y de cómo se reparten los ingresos y cómo se gastan.
Habla de seres humanos que, día con día, realizan un sinnúmero de actividades para contar con el dinero que les permita realizar sus objetivos más preciados: hacerse de un patrimonio, ahorrar, invertir, estudiar y/o mandar a sus hijos a la escuela, vestirse decentemente, transportarse, ir al cine, disfrutar del acceso a Internet y sus beneficios.
La Enigh revela que somos un país fracturado entre los que mucho tienen y los más desposeídos.
Uno de los aciertos de AMLO es haber diagnosticado bien el problema: la existencia de un sistema de privilegios que propicia la concentración de la prosperidad en unos cuantos y margina a la inmensa mayoría. Sin embargo, la ruta que ha escogido para atender el problema parece no estar dando resultados, al menos en materia de crecimiento.
Lejos de generar condiciones para detonar la inversión privada, el nuevo gobierno federal ha enviado mensajes contradictorios que han creado desconfianza en el sector empresarial. Las consecuencias están a la vista: de acuerdo con el Inegi, la inversión física se redujo 6.9% en mayo con respecto al mismo periodo de 2018. Se trata del inicio de sexenio más débil desde 2006.
Las consecuencias del bajo crecimiento son múltiples y costosas: más pobreza, menos recaudación fiscal y con ello menor capacidad de gasto en inversión y programas sociales; hablamos de un círculo vicioso.
De acuerdo con la Enigh 2018, el promedio del ingreso corriente trimestral por hogar es de 49,610 pesos. La principal fuente de ingreso es por trabajo con 33,382 pesos.
Esto señala la importancia de mejorar la calidad del empleo, de formalizarlo (hoy 6 de cada 10 trabajadores están en el sector informal) y dotarlo de seguridad social (pensiones, seguro de desempleo, cuidados médicos, guarderías, etc.).
Los programas asistenciales que hoy se implementan pueden generar incluso efectos negativos por su escasa institucionalidad y sus probables errores de inclusión.
Para generar buenos empleos necesitamos inversión, inversión y más inversión productiva la cual sigue a la espera de señales positivas de este gobierno.
Ojalá éstas lleguen pronto.
Marco A. Paz Pellat
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