Sí a la tolerancia y la unidad
Alguien decía con justa razón esta semana en un noticiario radiofónico:
“El presidente puede tener muchos enemigos, pero él no puede serlo de ninguno”.
El presidente ocupa el cargo político más importante del país; es el encargado de conducir los destinos de la Nación; tiene la altísima responsabilidad de ser factor de equilibrio y conciliación entre los diversos centros de poder, proyectos y puntos de vista que se expresan en una sociedad democrática, plural.
Por ello preocupa las controversias del presidente López Obrador con quienes no comparten sus puntos de vista.
El lenguaje presidencial ha venido mutando, de llamarlos “adversarios” a denominarlos “enemigos”, porque con los primeros se dialoga, se concilia y se buscan puntos de coincidencia que impidan el conflicto y la confrontación y, eventualmente, construir posibles espacios de colaboración.
A los adversarios se les dispensa tolerancia.
A los segundos, es decir, a los enemigos, se les confronta sin más porque representan, desde la lógica de quien gobierna, un peligro para la conservación del poder.
Diariamente el discurso contra los conservadores ocupa un lugar central en la narrativa presidencial.
Los conservadores son culpables de todo: de que los resultados de este gobierno no lleguen en lo económico y en la seguridad, del atraso de las grandes obras de infraestructura como el aeropuerto de Santa Lucía, de la imposición del modelo neoliberal que generó pobreza, desigualdad y corrupción, de haberle heredado al país un desastre en materia de igualdad y seguridad.
Se trata de una narrativa que le ha redituado excelentes dividendos en su lógica de fijar en el imaginario social la idea de que México está dividido en dos bandos claramente enfrentados e irreconciliables: los “buenos” (el pueblo, sus adeptos políticos, los mexicanos más pobres, los adultos mayores, los indígenas, los campesinos, las personas con discapacidad, los jóvenes) y los “malos”, los conservadores, donde caben lo mismo Salinas de Gortari que el expresidente Felipe Calderón; los partidos de oposición, los integrantes de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad y del colectivo “No Más Derroches” que se ampararon para detener las obras del aeropuerto de Santa Lucía, periodistas, intelectuales y académicos que analizan y critican sus políticas públicas; líderes de las organizaciones de la sociedad civil; empresarios.
El presidente abandera a los “buenos”, los tutela, son su razón de ser.
Con una simplificación de este tamaño, muy útil para comunicar con efectividad, ha logrado convencer y cautivar a millones de mexicanos de que la suya es la ruta a seguir y ésta pasa por la derrota política y moral de los conservadores.
El presidente había mostrado gran apertura en el marco en su discurso de la victoria en el Hotel Hilton de la Ciudad de México el 2 de julio de 2018, donde llamó a los mexicanos a la reconciliación, todo lo demás ha sido en detrimento de los críticos de su modelo de cambio político, ha sido un llamado reiterado a mantener en la ruta del proyecto de transformación so pena de ser considerado parte de los “enemigos”, los “adversarios”, los “conservadores”.
Comentan algunos que el presidente no ha prestado suficiente atención a escuchar otras voces, incluso provenientes de su propio gabinete, en las reuniones de madrugada que anteceden a las conferencias mañaneras.
¿Quién le hace saber, entonces, que hay áreas de oportunidad para dar mejores resultados; que la creciente desconfianza de inversionistas y mercados nos puede pasar en cualquier momento una factura carísima; que está desperdiciando rápidamente su bono político como lo indican ya algunas encuestas?
Hay otros, también, que observan a un presidente cada vez más desesperado por el ritmo de los cambios que busca.
Exhibir su rostro más duro podrá complacer y cohesionar en torno suyo a los sectores más radicales de su movimiento, pero lo irá distanciando crecientemente de la autoridad política y del liderazgo que precisa para conducir al país en medio de las turbulencias que vivimos.
Necesitamos al presidente López Obrado al frente de la necesaria transformación de México.
Necesitamos de su liderazgo, pero sumando a todos y evitando divisiones.