El panteonero y el ausente
El estilo personalísimo del presidente Andrés Manuel López Obrador genera un desorden natural en su gobierno. Irrespetuoso indómito de las jerarquías, desde que fue jefe de gobierno de la Ciudad de México ignoró las líneas de mando. No es un Presidente de estructuras, sino de encargos.
A Luciano Concheiro, subsecretario de Educación Superior, lo mandó a resolver conflictos étnicos en Chiapas, sin importar su trabajo con las universidades. A Adelfo Regino, director del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, le pidió en los prolegómenos del Tren Maya, que reclutara a indígenas para que abrieran tumbaran la selva por donde pasarían los vagones de sus sueños.
El Ejército es el mejor ejemplo de esta anarquía. Por ejemplo, López Obrador responsabilizó a la Secretaría de la Defensa que se encargara del transporte de las vacunas desde Rusia, por lo que, al carecer de logística internacional, el secretario de la Defensa, general Luis Cresencio Sandoval, contrató a DHL.
Así opera el Presidente en las reuniones de gabinete, y encarga tareas por fuera de las atribuciones que tienen los funcionarios elegidos, aunque los resultados no siempre son negativos. Hay algunos encargos, sin embargo, que sí pueden tener repercusiones, como sucedió recientemente con el director del Instituto Nacional de Migración, Francisco Garduño, viejo amigo del Presidente.
El tema migratorio ha sido un problema desde que iniciaron las caravanas de indocumentados centroamericanos a Estados Unidos, cuando por presiones del expresidente Donald Trump, López Obrador accedió a desplegar a la Guardia Nacional a la frontera con Guatemala para frenarla. Desde hace unos dos meses, con la esperanza de que el nuevo gobierno de Joe Biden relajaría los controles fronterizos, comenzaron nuevamente las caravanas, mientras el gobierno de México modificó su política migratoria y volvió a dejar pasar a los inmigrantes.
La Secretaría de Relaciones Exteriores aseguró el sábado que no había cambio de política. Pero en Washington, a través de los periódicos donde se reflejan las ansiedades e inquietudes del gobierno, desde la semana pasada han aparecido reportajes sobre esta crisis en ciernes. En Palacio Nacional, ni en cuenta. Garduño se encuentra realizando una tarea especial que le encargó el Presidente, quizás recordando una anécdota que le contó hace tiempo el comisionado de Migración de cuando en su juventud trabajó en un panteón.
Como para el Presidente eso es suficiente para efectos de capacidad, le pidió que revisara la capacidad de tumbas en los panteones del país, porque le preocupaba que el número de muertos por el coronavirus saturara los panteones y comenzara las filas para enterrar a los fallecidos, o recorridos interminables en busca de tumbas. Para la imagen de su gobierno en cuanto a la atención de la pandemia, sobre todo cuando insiste que va de salida, sería devastador. De esta forma, Garduño está más atento en el censo de panteones y analizar las posibilidades de facilitar entierros ante los riesgos de saturación, que en un tema donde la tensión está creciendo en Washington.
A López Obrador no le importa lo que piensan en Estados Unidos, sino la óptica para medir su gobierno. En el caso de los panteones, su preocupación está en la Ciudad de México, donde su delfín, Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno, llegará a la candidatura presidencial en 2024, como quiere el Presidente, si sale ilesa de la pandemia. Antes del repunte de la pandemia en diciembre, ante la negativa de López Obrador de ir a semáforo rojo, la ocupación de tumbas llegó al 71% de su total, y no ha dejado de subir.
En un reportaje de la agencia EFE a finales de enero, Daniel Cruz, jefe de pantenones en Tláhuac, explicó que de los tres entierros al día que hacían, máximo cinco, ahora están sepultando de 10 a 15 personas diarias. Alejandro Sosa, director de operaciones del Grupo Gayosso, les dijo que después de diciembre se incrementaron los servicios fúnebres en 75%, en comparación con los picos del coronavirus del verano pasado, y 40% arriba de la cifra en diciembre.
López Obrador no es un político estratégico, sino táctico, audaz, improvisado y ocurrente. No le preocupa el fondo sino la forma, porque de esa manera puede manejar las expectativas a través de su narrativa diaria, que no suele ser contrastada por la población con datos ni con hechos. En el caso de Garduño, busca resolver un eventual problema de imagen política, pero hay otros temas, que son incluso más importantes, a los que simplemente soslaya porque no le repercuten directamente a él.
El más relevante, porque muestra que en materia de vacunas anticovid el cantinero y el borracho son una misma persona y no le inquieta al Presidente la falta de contrapesos, tiene que ver con la ausencia desde hace dos meses aproximadamente del director de la Comisión Federal para la Protección de Riesgos Sanitarios, José Antonio Novelo, porque le hicieron una operación a corazón abierto y le colocaron cinco stents, que son los pequeños tubos de malla de metal que se colocan dentro de las arterias del corazón para impedir que se cierren. La Cofepris, como se le conoce, es el órgano de regulación sanitario gubernamental que, entre muchas otras cosas, verifica la calidad de las vacunas anticovid.
La incapacidad que tiene Novelo no afecta el permiso para las vacunas anticovid, al ser responsabilidad de la comisionada de Autorización Sanitaria, América Orellana, quien llegó a la Cofepris en noviembre pasado, nombrada por el subsecretario Hugo López-Gatell. Los problemas de salud de Novelo no afectan las decisiones de la Cofepris, pues perdió la autonomía técnica y presupuestal con la reforma que hizo López-Gatell, quien decide políticamente las cosas en la Cofepris. Pero Novelo le sirve al presidente para ocupar el espacio.
Un panteonero y un ausente, funcionarios en tareas que no les competen de acuerdo con sus responsabilidades escritas, y síntomas de acracia. Qué importa. Los encargos presidenciales son más importantes. El poder es lo que está en juego.