Amarga realidad
El presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo el domingo una derrota importante, en lo político y en lo personal. Al candidato mexicano a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, Gerardo Esquivel, le pasó una locomotora brasileña encima. No fue culpa de él, a quien pusieron a competir de última hora y sin apoyos, sino de su Gobierno, que hizo una de las peores operaciones diplomáticas del sexenio. En lo personal, lo quiera ver o no, López Obrador sufrió una vergonzosa derrota, porque la votación realizada ayer en Washington no fue un voto contra Esquivel sino contra él. En el concierto latinoamericano, está claro, importa muy poco.
López Obrador tiene sueños de grandeza muy conocidos por todos. Obsesionado con su “trascendencia histórica”, en los últimos meses empezó a planear para que terminado su sexenio se convierta en líder de la izquierda latinoamericana. ¿De dónde saca eso? Cree realmente que es un hombre de izquierda, cuando en realidad lo que tiene en la cabeza es una confusión ideológica, de creencias y suposiciones. Tener una retórica por los pobres no es ser de izquierda. La derecha la tiene; la Iglesia más conservadora también. En función de los resultados, sus políticas y ocurrencias han dañado más a ese sector.
El sueño de ser líder de la izquierda latinoamericana es ridículo. Su agenda no es de izquierda, ni su discurso tampoco. Como botones de muestra, está contra las energías limpias y la delegación mexicana en la Cop-27 pasó de noche, mientras brillaban el presidente de Colombia, Gustavo Petro y el presidente electo de Brasil, Luis Inazio Lula da Silva. La agenda de izquierda está contra la militarización, postura antagónica a la de López Obrador. La izquierda es defensora a ultranza de los derechos humanos, López Obrador los mancilla continuamente y destrozó la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Sus programas sociales tienen un perfil neoliberal y es enemigo de las políticas redistributivas.
López Obrador no es visto como un hombre de izquierda en la izquierda latinoamericana. Incluso, en algunos sectores lo ven como un hombre conservador y con desprecio. Hizo el ridículo haciendo una defensa de dictaduras que no fueron invitadas a la Cumbre de las Américas, cuyos líderes tampoco querían ir, y decidió sabotear el encuentro, al que originalmente pensaba ir, por recomendación de incompetentes asesores. Cometió errores estratégicos, como cuando abogó por largos minutos con el presidente Joe Biden para que recibiera al presidente de Argentina, Alberto Fernández, de quien habla López Obrador como si fuera su gran amigo, sin que fueran retribuidas sus gestiones.
Este domingo debió ver esa realidad en la votación para la presidencia del BID. Argentina apoyó al candidato de Brasil, Ilán Goldfajn, quien arrasó en la primera vuelta de la votación, con 80.08% de los votos y el respaldo de 17 de los 15 gobernadores del banco que era necesarios. Antes de empezar la votación, Fernández ordenó el retiro de la candidata argentina y le dio el apoyo al candidato del presidente Jair Bolsonaro que, como señal de una política de Estado, Lula ha avalado con su silencio. Tanto amor de López Obrador con Fernández para que, en el momento de la real politik, Argentina se sumara a la “mayoría ganadora”, formada por Estados Unidos, Canadá y Brasil.
Fue una bofetada de Fernández a López Obrador, quien ha sido hasta zalamero con el presidente argentino, como lo ha sido con Lula. La gran paradoja de esta elección es que la presidencia del BID estaba al alcance de México, porque Estados Unidos tenía la intención de apoyar una candidatura mexicana.
La semana pasada se explicó en este espacio que desde que llegó el presidente Joe Biden a la Casa Blanca querían remover a Mauricio Claver-Carone, impuesto por el expresidente Donald Trump. Claver-Carone se sostuvo hasta finales de septiembre pasado, cuando la asamblea de gobernadores lo destituyó por haber violado prácticas de la institución al haber tenido una relación con una de sus colaboradoras.
Pero muchos meses antes de que eso sucediera, funcionarios del gobierno de Biden se acercaron a la todavía embajadora de México en Washington, Martha Bárcena, para expresarle el interés que había en una candidatura mexicana. En la Administración Biden veían con buenos ojos a Bárcena, aunque no era economista, pero como un buen puente en toda la región. Bárcena renunció a la Embajada y al Servicio Exterior, pero el interés en que fuera ella la candidata se mantuvo. Enemistada con el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, esa oportunidad nunca tuvo posibilidades.
Cuando fue destituido Claver-Carone, Ebrard propuso a Alicia Bárcena, que López Obrador había pensado originalmente como titular en Relaciones Exteriores y que al terminar su gestión como secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina fue designada embajadora en Chile. La candidatura de Alicia Bárcena no fue cabildeada previamente con Estados Unidos, que tiene 30% del voto en el BID. De haberlo hecho habría sabido que no era bien vista en Washington. Bárcena fue tácitamente vetada, pero Ebrard la mantuvo hasta que era inminente que iba a ser un fracaso.
Menos de 10 días antes de la votación, se retiró la candidatura de Alicia Bárcena y se propuso a Esquivel. Su nominación obedeció a que López Obrador ya no lo quería en el Banco de México, donde lo propuso como subgobernador, porque no le gustó que actuara con independencia. El Presidente lo mandó al matadero. Esquivel tuvo que prepararse en menos de cinco días para hacer su presentación ante los gobernadores del BID y viajar a Washington para cabildear. Como se apuntó en este espacio, si ganaba sería sin el apoyo de su Gobierno. Perdió, pero la derrota no es de él, sino de López Obrador. Quienes pensaba López Obrador que eran sus aliados, lo abandonaron. El líder que creía ser, sólo está en su imaginación. No tiene resortes en América Latina y Estados Unidos ya ni se ocupó de México. Qué triste para un Presidente que se sobrestima a partir de la mitomanía.