La tormenta del 10 de enero

"La tormenta del 10 de enero", escribe Raymundo Riva Palacio en #EstrictamentePersonal

Para varios países latinoamericanos, este viernes se volvió un problema. Hoy se espera que Nicolás Maduro rinda protesta para su tercer periodo como presidente de Venezuela, tras cinco meses de acusaciones de fraude electoral que dividió a la región y, al mismo tiempo, realineó regímenes. La toma de posesión de Maduro partió a América Latina en tres: el eje bolivariano que construyeron Hugo Chávez y Fidel Castro, al que se sumaron los dictadores Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo de Nicaragua, Xiomara Castro de Honduras y Luis Arce de Bolivia, las democracias de derecha e izquierda en el hemisferio y México, en la confusión de la falsa neutralidad.

Esta composición no se puede explicar en la geometría política clásica, que en los últimos años ha sido sepultada por los populismos, que no es una ideología sino un concepto polisémico que abrigan líderes carismáticos que movilizan masas a partir de un discurso maniqueo que se reduce a la lucha entre el bien y el mal. Bajo este prisma se puede entender que presidentes de izquierda como Luis Inácio Lula da Silva de Brasil, Gabriel Boric de Chile y Gustavo Petro de Colombia, cuestionen la legalidad y legitimidad del supuesto triunfo de Maduro en las elecciones de julio pasado. En ese bloque estaba el expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien se sumó al reclamo de ese grupo de pedirle a Maduro que mostrara las boletas electorales que confirmaran su victoria.

Maduro no presentó nada, como tampoco lo hizo el órgano que prometió hacerlo, el Consejo Nacional Electoral, integrado por el oficialismo, que sin boletas en la mano le asignó 6.4 millones de votos, contra 5.3 de su opositor Edmundo González. La oposición reclamó de inmediato e hizo públicas 83.5% de las actas computadas, que le daban la victoria dos a uno a González, 67% contra 30%. El Centro Carter, que fue invitado oficialmente como observador electoral, afirmó que la elección no se adecuó a los parámetros y estándares internacionales de integridad electoral, por lo cual no podía ser considerada como democrática.

El 30 de julio, días después de su triunfo en las elecciones, la presidenta Claudia Sheinbaum señaló que debían evitarse las especulaciones sobre los comicios venezolanos y esperar a que el Consejo Nacional Electoral transparentara los resultados, pero aquella prudencia se evaporó en estos meses. Su posición actual es que “le corresponde a las y los venezolanos, no a México, definir”. Se olvidó la transparencia que exigió y anunció hace días que enviaría una representación de su gobierno a la toma de posesión. La polémica que desató está subiendo.

Lula y Petro, como Sheinbaum, tendrán en sus embajadores representantes oficiales. Se le ha criticado a la mexicana que lo haga, pero el abordaje realizado está equivocado. Un gobierno puede mantener una representación diplomática sin que necesariamente signifique que está de acuerdo con su política interna. Si así fuera, ningún país con régimen despótico tendría misiones diplomáticas de países democráticos, como también podría argumentarse, naciones republicanas y monárquicas no tendrían relaciones bilaterales. Boric fue un paso más allá. Retiró a su embajador en Caracas para no tener ningún representante en esa toma de posesión, aunque no rompió relaciones.

La enorme diferencia entre Sheinbaum y Lula y Petro, es la explicación del porqué tendrán una representación a ese nivel. Lula, desde un principio, mantuvo la política de no reconocer la victoria de Maduro o la de González y buscar una intermediación junto con México y Colombia, que no llegó a ningún lado. Petro dijo que no asistiría a la investidura de Maduro porque no reconoce que fueron elecciones libres y por la violación de los derechos humanos del régimen venezolano. En los tres últimos días, Maduro ordenó redadas y actos de represión contra opositores, activistas y ha detenido a más de 150 extranjeros, a los que acusa de “mercenarios”. Sheinbaum se tragó todo: elecciones bajo sospecha y violaciones a los derechos humanos.

Sheinbaum se refugió en la cantaleta elástica y moldeable de que respeta la autodeterminación de los pueblos, que utilizó a contentillo el régimen obradorista al que pertenece. López Obrador, sin embargo, entendió cómo se estaba moviendo el abanico y se sumó a la intermediación propuesta por Lula, anticipando quizás que iba a morir de inanición. Sheinbaum no ha tenido esos reflejos y lo único que ha mantenido es la línea política que trazó su antecesor, una apuesta por las dictaduras y los populistas de izquierda, en donde se ubican prominentemente Maduro y el cubano Miguel Díaz Canel.

A Cuba lo financió con la contratación de doctores y maestros, grava para sus obras faraónicas que pagó pero nunca pudo desembarcar y sustituir el petróleo ruso y venezolano con casi 500 mil barriles de petróleo que aún se desconoce si pagó Díaz Canel. En el caso de Venezuela, los lazos fueron más profundos. Durante la pandemia del coronavirus utilizó el aeropuerto de Toluca para establecer un puente aéreo con Caracas, a donde enviaba medicinas, alimentos y dinero y llegaban operadores políticos ecuatorianos y bolivianos, o políticos de gobiernos afines perseguidos por la justicia en su país.

Sheinbaum no fue parte de todo ese tipo de andamiajes, pero la herencia política de López Obrador la ha asumido con mayor entusiasmo. En este camino, la probable investidura de Maduro este 10 de enero la dejó alineada con ese pequeño bloque latinoamericano, que es por donde late su corazón y como piensa su cabeza, al llamar a los regímenes despóticos de Venezuela y Cuba gobiernos “progresistas”, equiparándolos con Brasil, Chile o Colombia, incluso.

La postura de Sheinbaum con Venezuela levantó las alertas en algunas oficinas en Washington, que probablemente se incrementarán cuando Donald Trump asuma la Presidencia. Este miércoles el internacionalista Fausto Pretelin recordó en El Economista una plática que tuvo con Marco Rubio, el próximo secretario de Estado, severo crítico del régimen de Maduro, que le dijo que no comprendía la admiración que despertaban en López Obrador los dictadores latinoamericanos. Sheinbaum, rebasando a su mentor por el extremo izquierdo, ha ido más allá.


Raymundo Riva Palacio

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