Detrás de la ruptura
Romper relaciones con Ecuador fue una acción totalmente justificada al ser resultado de una violación de ese Gobierno al territorio mexicano, como lo es la Embajada de México en Quito, contraviniendo la Convención de Viena, que establece que las sedes diplomáticas son inviolables y, la Convención de Caracas sobre el derecho de asilo, para detener al ex vicepresidente Jorge Glas, que se refugió en la misión azteca después de haber sido acusado penalmente por la justicia de su país. Es cierto que la crisis diplomática nació de una intromisión de López Obrador en los asuntos internos de Ecuador, al irresponsablemente utilizar un evento internacional para referirse sutilmente a temas domésticos relacionados con la elección presidencial en este país.
El conflicto no responde principalmente a la irrefrenable ira del presidente Andrés Manuel López Obrador por la derrota de Luisa González, la candidata del expresidente Rafael Correa en las elecciones presidenciales del año pasado, quien vive en el exilio para evitar ser llevado a la justicia por los presuntos delitos de corrupción en el caso local de Odebrecht y a quien le creó un santuario para que desde México operara políticamente durante el proceso que vivió su país. El fondo es más profundo.
López Obrador metió en la mañanera del miércoles pasado la referencia al proceso electoral en aquella nación suramericana, aparentemente sin contexto ni justificación. Como contexto, criticaba como todos los días a los medios de comunicación y se quejaba una vez más de la etiqueta en redes sociales de “narcopresidente” y de los publicistas que “impulsan la automatización de mentiras” que hacen campañas “extrañas” cuando, como suele suceder en su aparente dispersión, incorporó a Ecuador de la nada:
“Hoy hablaba de que de manera muy extraña… hubo elecciones en Ecuador, iba la candidata de las fuerzas como 10 puntos arriba”, dijo con su forma desparpajada y sin ideas concluyentes. “Como tres, cuatro, cinco candidatos más… Entonces, un candidato que habla mal de la candidata que va arriba es asesinado y la candidata que iba arriba se cae y el candidato que iba en segundo sube. Pero la candidata que queda después de este asesinato como sospechosa sigue haciendo campaña en circunstancias, considero, muy difíciles, porque imagínense a todos los medios. Pero ella sigue y sigue.
“¿Y qué implementaron en la segunda etapa? El crear un ambiente enrarecido de violencia, al grado que los candidatos -y esto lo difunden todos los medios- con chalecos a los debates. Pero todo está armado. Pues no ganó la candidata y lo más lamentable es que continúa la violencia que utilizaron nada más el momento. Y esto lo estoy exponiendo para que los dueños de los medios y los que participan en todas estas campañas asuman su responsabilidad, porque todos somos responsables y todos estamos obligados a actuar con integridad, con principios”.
Las referencias de López Obrador fueron al asesinato de Fernando Villavicencio el 9 de agosto durante la campaña electoral, durante la que había denunciado que los cárteles mexicanos asediaban a Ecuador y había exigido al presidente mexicano que encarara el problema de las organizaciones criminales del Pacífico y Jalisco Nueva Generación, señalando que una “gran parte de la clase política (había) sido financiada por el narcotráfico”. La muerte de Villavicencio no alteró el resultado de la primera vuelta, donde González -que tampoco fue acusada del crimen- obtuvo 33.49% del voto sobre Daniel Noboa, que tuvo 23.47%. En la segunda vuelta Noboa ganó con 52% del voto, cuatro más que González. Sin embargo, este resultado no obedece a la lógica de López Obrador.
Las segundas vueltas en elecciones presidenciales suelen darle la victoria al segundo lugar de la primera porque los contendientes perdedores se suman a esa fórmula, que es lo que sucedió con Noboa. López Obrador narró de manera tramposa el desarrollo del proceso para afirmar que González fue víctima del clima enrarecido por el asesinato y de la difusión mediática de los candidatos con chalecos antibalas -la correista también los utilizaba-, para rematar con la insinuación que el asesinato fue utilizado políticamente para derrotarla.
López Obrador habló de Ecuador pensando en México, victimizándose otra vez. La etiqueta “narcopresidente” no puede sacudírsela de su mente ni limpiar su imagen y retomó la mentira de su propagandista Epigmenio Ibarra de que las acciones del crimen organizado son financiadas por sus opositores. Es un absurdo. La violencia de los cárteles obedece a que López Obrador les regaló el país al no combatirlos y tratarlos con respeto, en los dichos y en los hechos. Y sugerir que la derrota de González fue consecuencia de una campaña de violencia y miedo de sus opositores, tiene como destinatario final las audiencias mexicanas.
Se está viviendo el proceso electoral más violento en la historia moderna de México, señaló el último informe de la consultora Integralia y es lo que está tratando de ocultar López Obrador al responsabilizar a terceros. No quiere que los medios hablen de la violencia -de ahí la referencia a la prensa ecuatoriana- porque el fenómeno de la inseguridad es el principal tema de campaña de la opositora Xóchitl Gálvez. Aunque la violencia inhibe el voto, lo cual ayuda al partido en el poder, la creciente presencia del crimen organizado en las campañas para ayudar a los candidatos de Morena, como sucedió en 2021, deslegitiman el proceso. Lo mejor para él no es impedir que se expanda la violencia, sino que los medios la enmudezcan.
López Obrador quiere silenciar a los medios y, sin importarle que sigan muriendo a balazos en el país, no quiere que se hable de candidatos asesinados porque afecta su imagen. Su necesidad de que la realidad sea oscurecida y que sus presiones fructifiquen es tan grande y urgente que colocó como divisa de cambio la relación con Ecuador -aunque quizás no calculó la respuesta de Quito-, para mandar un mensaje a México. Hoy, sin embargo, tiene dos problemas a resolver: Ecuador, que lo puede patear hacia delante y la violencia en México, que bajo su mando está en niveles nunca antes vistos en tiempos de paz.