La lucha por el gabinete
La integración del gabinete de Claudia Sheinbaum ha resultado una pesadilla para la virtual presidenta electa. Pero no fue el proceso de integración, que terminó incluso antes de la elección, sino el choque con la realidad. Sabía desde muchas semanas antes de ganar la elección que el presidente Andrés Manuel López Obrador quería que al menos una tercera parte del nuevo gabinete repitiera con caras actuales para mostrar la continuidad de su proyecto. Lo que no esperaba Sheinbaum es hasta dónde estaba tan decidido a mantener su exigencia.
Hasta antes de la reunión que sostuvieron hace una semana en Palacio Nacional, la única petición explícita del Presidente a su sucesora, era que Rosa Icela Rodríguez, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, fuera nombrada secretaria de Gobernación. Pese a no tener una buena relación con ella, Sheinbaum accedió. Rodríguez es, de todo el gabinete, a quien más quiere personal y políticamente López Obrador y ha sido su incondicional desde hace un cuarto de siglo. También fue la única petición expresa que hizo López Obrador a Miguel Ángel Mancera cuando estaba armando su gabinete para gobernar la Ciudad de México, que la nombró Secretaria de Desarrollo Social.
Sheinbaum conoce perfectamente ese vínculo. Por eso, en su diseño de gabinete dejó fuera a Luisa María Alcalde, la actual secretaria de Gobernación que en los últimos meses perdió apoyo de López Obrador, porque su relación con Rodríguez es una de las peores que hay dentro del equipo cercano al presidente. Alcalde la tiene pensada para que vaya a dirigir Morena, una vez que Mario Delgado, el líder del partido, termine la encomienda de la consulta sobre la reforma al Poder Judicial y se integre al gabinete.
Delgado no era una de las personas que quería Sheinbaum estuviera cerca de ella por los expedientes y las carpetas de investigación abiertas en su contra por presunta relación con el crimen organizado, pero fue una de las figuras que regresará por la puerta grande después de la reunión en Palacio Nacional, donde la virtual presidenta electa llegó con una lista del gabinete y salió con otra del despacho de López Obrador. Delgado, en un principio, quedó perfilado para la Secretaría de Desarrollo Social.
No fueron los únicos cambios que hizo el Presidente al gabinete.
Sheinbaum llegó con su candidato para encabezar la Secretaría de la Defensa, pero el Presidente se lo cambió. A quien pidió López Obrador para ir a Lomas de Sotelo fue al general Gabriel García Rincón, el subsecretario de la Defensa que era el candidato original del actual general secretario Luis Cresencio Sandoval, con quien no tiene empatía la virtual Presidenta electa. El nombre del Subsecretario parecía haber sido descartado ante el alejamiento reciente entre los dos, pero revivió como parte de la extensión de poder que desea transexenalmente López Obrador. En la Secretaría de la Marina sigue el forcejeo.
Otra figura que revivió fue la del exministro Arturo Zaldívar. Enviado al cuarto de guerra de Sheinbaum para preparar la reforma al Poder Judicial, con el compromiso de ser consejero jurídico -aunque en los últimos meses se ventiló la posibilidad en Palacio Nacional que pudiera ir a Gobernación-, Zaldívar fue perdiendo espacios en el equipo de la entonces candidata por su actitud petulante -según describen quienes atestiguaron sus comportamientos- y sobre todo porque dejó de ser funcional como vocero durante los debates presidenciales. Sheinbaum le bajó el perfil para que dejara de aparecer en medios, una recomendación-instrucción que desacató al mantener su espacio en el programa de Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula, que no la tenía contenta.
Zaldívar se encontraba aislado por lo que fue con el Presidente para quejarse de lo que estaba ha ciendo su sucesora. Zaldívar le dijo al Presidente que Sheinbaum estaba traicionándolo, según fuentes con acceso de primera mano a la información y que estaba teniendo dudas sobre el contenido de la reforma al Poder Judicial. La advertencia de Zaldívar parece haber sido la razón por la que cuando se reunieron en Palacio la semana pasada, López Obrador estaba muy preparado para lo que planteara Sheinbaum.
Cuando tocaron el tema, la virtual Presidenta electa le expuso aplazar la discusión de la reforma y llevarla hacia el segundo cuarto de su gobierno, explicándole con un estudio que llevaba bajo el brazo el impacto que estaba teniendo en los mercados la inminente aprobación de la iniciativa presidencial con la mayoría calificada de la nueva legislatura. Al presentarle el documento, el Presidente sacó uno que tenía listo que argumentaba que el impacto en los mercados no sería problema y confiaba que ni los inversionistas ni el gobierno estadounidense la presionarían.
Sheinbaum reculó mientras el Presidente le inyectó vida y un camino futuro al exministro, que parecía estar en el limbo hace 10 días. En este momento apunta a que será el consejero jurídico de la Presidencia, como una estación intermedia para brincar a la titularidad del Consejo de la Judicatura cuando se separe de la Suprema Corte de Justicia, como establece la reforma que escribió. Los ajustes presidenciales afectaron a Sheinbaum en otro campo donde tenía compromisos, como sucedió con Rogelio Ramírez de la O.
Ramírez de la O aceptó la oferta de Sheinbaum de repetir como titular de Hacienda a cambio que le dejara nombrar a todo su equipo en la Secretaría, en el SAT y en Pemex. Tras el encuentro con López Obrador, Sheinbaum pudo mantener el acuerdo que tenía con respecto al SAT, pero no en la titularidad de Pemex, donde Ramírez de la O quería al actual subsecretario Gabriel Yorio, pero el presidente insistió que sea Raquel Buenrostro, la actual secretaria de Economía.
Las diferencias principales han sido planteadas. López Obrador ya dijo lo que quiere y Sheinbaum ha aceptado. Algunas parecen superadas por un acuerdo mutuo, como el periodo que permanecerá el fiscal general Alejandro Gertz Manero en el próximo gobierno -que sería sustituido por Ernestina Godoy-, pero hasta que no se anuncie el gabinete, no se sabrá qué tan herida salió Sheinbaum del forcejeo con el Presidente.