Pandemia y gobernanza global
América N. Lutz Ley
A raíz del confinamiento ante la pandemia por Covid-19, las emisiones de gases de efecto invernadero y la contaminación comenzaron a bajar porque descendió la movilidad humana, dando lugar a una claridad azul en ciudades usualmente grises.
Muchos observamos también cómo los animales recuperaban los espacios que les hemos arrebatado. Es como si la naturaleza, pisoteada, pasivo-agresiva, y ahora un poco más libre nos gritara -¡aquí estoy!-.
Aunque todo esto es positivo, la tímida y temporal recuperación de espacios naturales por parte de los animales poco o nada se compara con la intensidad y rapidez con que los humanos expandimos nuestros dominios sobre el ambiente natural.
También se han hecho aún más evidentes los problemas que venimos arrastrando desde hace mucho tiempo.
Por ejemplo, el consumo desmedido de energía, agua y alimentos; así como la inequidad social entre quienes tienen y no tienen acceso a estos bienes, lo que se traduce en mayores probabilidades de enfermar por parte de los más marginados.
Nuestro patrón de desarrollo está basado en la extracción y la expansión desigual y casi siempre abusiva sobre el ambiente natural y el social.
La naturaleza “nos habla” desde hace tiempo, primero subiendo la voz, luego gritando y ahora a patadas y puñetazos.
La hipótesis de que el virus pasó de un entorno salvaje a la sociedad humana a través de animales silvestres capturados y consumidos por las personas, hace que nos cuestionemos sobre esa colonización de espacios que antes no tenían presencia humana y en los cuales habitan sorpresas desconocidas para nuestros sistemas inmunológicos.
Para muchos, la pandemia por SARS-COV-2 es una manifestación global de una enfermedad sistémica en la relación entre nosotros y el planeta.
Por otra parte, mientras la escala de estos problemas públicos tiende a ser mundial, la escala de respuesta tiende a ser nacional o regional.
Esto no es nuevo, la misma situación se observa en cuestiones como el cambio climático y los impactos de la minería de gran escala.
Las interacciones económicas trasnacionales, mismas que dan forma a nuestro patrón de desarrollo y a sus resultados económicos y ambientales, operan en un nivel para el que no existen contrapesos de gobernanza internacional igualmente fuertes y capaces de respaldar acciones más locales.
Si acaso existen estándares y acuerdos diplomáticos, casi todos impulsados por organismos de las Naciones Unidas, que en su mayoría no tienen capacidad de sanción.
Esto hace que, por ejemplo, empresas extranjeras encuentren verdaderos paraísos en lugares con instituciones débiles, donde pueden hacer prácticamente lo que quieran.
El cambio climático es otro de estos problemas generados globalmente para el que la buena voluntad de los países no ha sido suficiente para reducir las emisiones.
En el caso de la pandemia por Covid-19, mientras que su magnitud también es global y depende de las interacciones y movimientos de personas y bienes en el mundo, las respuestas han dependido mayormente de cada país… o peor aún, son influenciadas por la politización y el vaivén de opiniones de figuras públicas individuales.
Por ejemplo, mientras la Organización Mundial de la Salud trata de orientar las acciones contra la pandemia, Trump y Bolsonaro desorientan a “twittazos” a sus ciudadanos (o para no ir muy lejos, nuestras autoridades andan en dimes y diretes mientras los números no dan tregua).
Una lección emergente es que, si queremos enfrentar estos problemas que se han hecho globales por la forma en que está organizada la movilidad humana y la actividad económica, requerimos sistemas de gobernanza equiparables a la escala de las dinámicas que ocasionan dichos problemas.
Necesitamos instituciones internacionales igualmente potentes y globales, no sólo en buenas intenciones, sino en capacidad de acción y sanción. Aprovechemos la ventana de oportunidad abierta por la pandemia para iniciar un diálogo global en este sentido.