En el espejo de Venezuela
Durante el gobierno del presidente López Obrador la política exterior de México ha vivido días de infamia: el desprecio por lo que ocurre en el mundo, su silencio vergonzoso frente a violaciones del derecho internacional y los derechos humanos, el maltrato al profesionalismo de los integrantes del Servicio Exterior Mexicano para encomendarle la representación de México a gobernadores sospechosos de haberle vendido su alma al diablo, como Quirino Ordaz, Omar Fayad, Claudia Pavlovich, Carlos Miguel Aysa y Carlos Joaquín.
Pero en esta lógica malsana están también las designaciones como embajadoras de las viudas de sus amigos. Lilia Eugenia Rossbach, viuda de José María Pérez Gay, en Argentina; Marta Susana Peón Sánchez, nacida en Cuba y viuda de Gustavo Iruegas, en Honduras; Raquel Serur Smeke, viuda de Bolívar Echeverría, en Ecuador (fue declarada persona non grata). A lo anterior habría que agregar la propuesta frustrada de la comediante Jesusa Rodríguez como embajadora en Panamá.
Otro dato oprobioso de la diplomacia obradorista es su alineamiento con las dictaduras en América Latina y el Caribe: Cuba, Nicaragua y Venezuela, la sumisión ante Trump y, en contraste, las bravuconadas con Biden. Pero están también su decisión enfermiza de haber puesto en pausa la relación con España y su obsesión de mirarse en el espejo de Venezuela.
En estos años, la crisis ha llevado a más de 7 millones de venezolanos a emigrar a otros países. El gobierno de Nicolás Maduro viola los derechos humanos, reprime a sus opositores y ha recurrido a todo tipo de trampas para reelegirse por tercera vez. Las elecciones del domingo 28 de julio fueron sucias, sin embargo, como es su costumbre, Andrés Manuel usa a conveniencia el principio de no intervención: cuando le conviene se mete hasta la cocina, como ocurrió tras el intento de golpe de Estado de Pedro Castillo en Perú, pero cuando no, censura a los gobiernos que demandan que se limpie la elección, los llama intervencionistas, metiches.
Desde el inicio de su mandato, el modelo de Hugo Chávez ha sido replicado por López Obrador: como Chávez, llegó al poder gracias al desprestigio de los partidos tradicionales y empezó por blindarse entregándole a las fuerzas armadas poder y negocios, lo segundo fue remedar su narrativa demagógica: "yo no me pertenezco, le pertenezco al pueblo", "amor con amor se paga"... Lo tercero ha sido la captura de las instituciones que, a partir de la década de los 90, fueron creadas para evitar que el gobierno siguiera siendo tapadera del gobierno y concentrar el poder, como ocurre en Venezuela con un Consejo Electoral plegado al partido oficial y como anticipan las reformas constitucionales en curso.
Hace más de un año, cuando algunos analistas advertían que México se encaminaba a convertirse en una réplica de la Venezuela de Chávez, sus pronósticos parecían exagerados, cómo imaginar semejante decadencia, pero hoy con la sobrerrepresentación en el Congreso de la Unión y la decisión que está en curso de usar sus mayorías calificadas para desnaturalizar al Poder Judicial y desaparecer a los organismos autónomos, es evidente que el riesgo es brutalmente real.