Pobreza e inseguridad
Salir del Distrito Federal, no de la bautizada “Ciudad de México”, ya sea en automóvil o avión, muestra la amarga realidad de nuestra nación. Las salidas hacia Puebla, Querétaro, Pachuca o Toluca por carretera, así como sobrevolar la ciudad, resumen el fracaso de los gobiernos anteriores y del actual en relación con uno de los dos cánceres, uno más mortífero que el otro, cuyas células malignas continúan diseminándose y reproduciéndose ad libitum; me refiero a la pobreza. Hay una relación causal, no casual, entre el incremento de la mancha urbana y la costumbre mexicana de huir de algunos expresidentes y no pocos ministros, por “poco tiempo” o para siempre: Salinas de Gortari, Calderón, Zedillo, Videgaray y, entre otros, el fugado Peña Nieto. Después de sus fracasos, los dirigentes abandonan el país no sin antes haber incrementado la pobreza.
El fracaso del PRI/PAN/PRD y de Morena es evidente: uno de cada dos mexicanos es pobre o muy pobre. Imposible hablar de salud individual, social o nacional cuando la miseria impide vivir con decoro. Agrego: el número de semaforistas -mexicanos sin empleo y sin ningún tipo de seguridad social- en la mayoría, quizá en la totalidad de las ciudades medianas o grandes, ha aumentado; comer y mantener a la prole es necesario. No existe un censo del número de semaforistas ni de las minimercancías que ofrecen ni de los trucos que hacen ni de las mujeres con bebés a cuestas que piden limosna en la calle con tal de sobrevivir. El gobierno de AMLO debería realizar dicho censo. Los resultados demostrarían la dolorosa situación de esa subpoblación; por sinrazones obvias en los desgobiernos previos no se llevó a cabo un ejercicio similar. Comparar es necesario: cuál gobierno inundó más las calles de semaforistas, ¿los del PAN o del PRI?
El segundo cáncer, asociado a la pobreza, es el de la inseguridad. De nuevo, la relación entre ambas desgracias no es casual, es causal. Las personas, sobre todo los jóvenes que nacieron en casas donde imperaba la miseria son víctimas no de sus familias, son víctimas del Estado cuya incapacidad para incorporarlos a trabajos dignos, bien remunerados, los convierte en presas idóneas de los tentáculos del narcotráfico. La inseguridad, cada vez mayor, es universal, aunque, acoto: quienes más pagan son los de siempre, los oprimidos por el Estado; la casi totalidad de los desaparecidos proviene de familias sin recursos.
Lamentablemente la inseguridad y la incapacidad del Estado para frenarla hermana a la población. En abril próximo pasado el Instituto Nacional de Estadística y Geografía publicó su encuesta trimestral: la percepción de inseguridad aumentó del 65.8% en diciembre al 66.2% en marzo. “En marzo de 2022, 66.2% de la población de 18 años y más consideró que es inseguro vivir en su ciudad (…) la percepción de inseguridad fue mayor en el caso de las mujeres con 71.1%, mientras que en hombres fue del 60.4% (…) México registró 33.315 homicidios en 2021 (…) en los primeros dos meses del año, el país acumula 4 mil 697 homicidios dolosos”.
Los periódicos nacionales y extranjeros muestran la cruda realidad de nuestro país. Miedo, encono, desconfianza y hartazgo son constantes. Algunas ciudades fronterizas son ahora urbes fantasmas: desplazarse es necesario. El binomio pobreza e inseguridad domina la cotidianeidad. Ambas se retroalimentan. De acuerdo con los datos aportados sin sesgo por el Inegi, nuestro país padece, entre otras, una enfermedad grave, la incompetencia de los gobiernos anteriores y del actual para atenuar la miseria. Deseo equivocarme: por ahora ni la pobreza ni la inseguridad disminuirán.
ARNOLDO KRAUS
Médico y escritor