Los extremos que no se tocan
Recientemente revisé un libro que escribió una mujer noruega que llegó a México en compañía de su esposo como parte de los invitados a las fiestas del centenario que se organizaron al final del porfiriato. Ella se llama Margaret Ann Plahte y era esposa de Michael Lie, ministro plenipotenciario.
Ahí se ve con claridad en qué mundo vivía la aristocracia y el contraste con las clases bajas. Cuando ella llega dice: “parece que el estado mexicano tiene tanto dinero como el desierto arena y la Ciudad de México es un pequeño París”.
Cuenta que los llevaron en un carruaje tirado por finos caballos. “Nosotros pensábamos que a dónde iría a parar todo esto. El carruaje se detuvo frente a una vieja casa que el gobierno había puesto a nuestra disposición… los sirvientes se inclinan profundamente a nuestro paso… ninguna puerta, ya que un portero engalanado está siempre de guardia abajo de la entrada”.
Ann confunde lo mexicano con lo español. Dice: “Una española preciosa nos fue presentada como ama de llaves. Me tuve que reír cuando fui acompañada a la recámara para lavarme las manos y ya estaba allí una sirvienta lista con la toalla para secarme. No puede uno moverse sin que hagan todo para uno...”.
Así describe a la población: “La gran parte de la población está compuesta por indios. De los que la mayoría llevan tan sólo la vestimenta más necesaria: calzones blancos de algodón, una camisa blusón cortos y un sombrero ancho, así como sandalias en los pies. Una manta de lana roja, sarape, tiene una abertura en el centro para sacar la cabeza y sirve tanto de abrigo como de cobija y a menudo también como una combinación de cama y cobija. Los nativos no temen acostarse sobre la tierra y pasar la noche donde sea. Las mujeres tienen faldas floreadas en colores claros con frecuencia con enaguas de encaje blancas abajo, así como blusas de colores claros y un chal largo con flecos largos que coquetamente se echan en la cabeza o sobre la cabeza y un hombro".
Recojo estos extractos sólo para dar una imagen de 1910. La desigualdad extrema desembocó en una revolución y los primeros gobiernos postrevolucionarios orientaron sus esfuerzos a educar a la población que estaba llena de carencias, pero sobre todo era analfabeta. Las brigadas iniciadas por Vasconcelos tuvieron gran éxito. En el gobierno de Cárdenas se impulsó la educación superior profesional técnica a través de la creación del Instituto Politécnico Nacional. Se crearon también instituciones de seguridad social. La clase media fue emergiendo y se fue consolidando. Aunque la aristocracia no desapareció del todo, la estratificación social fue distinta. Ya no con los dos extremos del porfiriato. Ha habido, además, desplazamiento del campo a la ciudad y migración en búsqueda del sueño americano.
Las clases medias han sido el motor de México durante muchísimos años. Por eso me llama la atención que, con frecuencia, en esta época se hable como si, de nuevo, sólo existieran los extremos. Es cierto que la brecha de desigualdad es enorme entre los pocos muy ricos y la gran franja de pobreza extrema y que hay menosprecio y discriminación. El México rural, sobre todo del sur, sigue necesitando de medidas de combate a la pobreza. No fue cosa menor el esfuerzo por la creación de las clases medias, pero urge seguir con acciones concretas y efectivas orientadas al México igualitario y próspero que queremos.