Historia y presente en Medio Oriente
Si algo se requiere en tiempos conflictivos como los que vivimos es intentar complejizar el análisis. Recurro a planteamientos como los de Edgar Morin, quien nos enseña que las separaciones que hacemos para tratar de comprender nuestra realidad, sólo operan en nuestras mentes. En un sistema complejo (COM=junto, PLEXUS=tejido), todo se encuentra conectado y entretejido.
Un ejercicio así para la historia del conflicto palestino-israelí tendría que superar la idea de que se trata de dos actores unitarios, cada uno operando de manera racional, y solo interactuando entre ellos. Habría que, por lo pronto, hacer una disección de la sociedad judía y la árabe que poblaban la entonces Palestina Británica. Pero habría que añadir otros liderazgos árabes dentro de las colonias británicas y francesas de la región, y revisar cómo es que cada uno de esos actores y procesos incidió en las decisiones que se tomaron en los años 40. Luego, se necesitaría sumar las dinámicas imperiales, las guerras mundiales, y las decisiones que llevaron al plan de partición de Palestina por parte de la ONU en 1947, sin dejar de incorporar la competencia que se gestaba ya entre el bloque soviético y el estadounidense, y preguntarse por qué ambos bloques respaldaron ese plan de partición. Entonces, habría que incorporar el rol de los países árabes tanto en las dinámicas regionales como en las globales, cómo es que sus decisiones y sus acciones incidieron en el estallido de la guerra de 1948, y posteriormente en todas las guerras que siguieron, mientras que al mismo tiempo, habría que estudiar qué sucedía con una parte sustancial de la comunidad palestina en Israel que se vio forzada a desplazarse por el conflicto, y por qué una parte minoritaria de esa comunidad optó por permanecer en sus localidades, las cuales pasaron a formar parte del Estado de Israel.
Hay muchos aspectos más, pero en general, todos esos factores tendrían posteriormente que proyectarse hacia adelante, y mirar cómo cada una de esas múltiples dinámicas y niveles -locales, regionales y globales- siguió operando en las décadas siguientes. Un ejercicio como el que señalo tiene que hacerse no solo respecto al pasado, sino con lo actual.
Por ejemplo, se necesitaría estudiar a figuras individuales como la de Netanyahu, sus años en el poder, sus cargos por corrupción y los procesos legales que enfrenta, su lucha constante por permanecer en la silla, la oposición, la protesta y el disenso en Israel durante el 2023, entre otros factores. Luego habría que hacer un análisis de la situación en el campo palestino, la conflictiva entre Hamás y la Autoridad Nacional Palestina y la conflictiva al interior de Hamás. Luego, estudiar otras dinámicas locales como la ocupación permanente, el rol de los colonos judíos en Cisjordania y en la política interna en Israel. Todo ello sin descuidar los procesos de negociación que han tenido lugar entre Israel y representantes palestinos en las últimas décadas, lo que sí se logró negociar, y lo que fracasó.
Posteriormente, hay que añadir lo regional. Esto implica incorporar al análisis el rol de Irán y sus aliados, su rivalidad con Arabia Saudita, su proyecto nuclear y de misiles, su guerra de “bajo perfil” con Israel y los múltiples ataques y actos de agresión entre ambos a lo largo de décadas, la conformación y evolución del eje proiraní, el apoyo de Teherán a Hamás y la Jihad Islámica. Además, un nivel de análisis adicional tiene que ver con lo global y el rol de las superpotencias en este esquema.
Podemos seguir, pero lo central es que, independientemente de si los vemos o no, todos esos niveles y dimensiones operan de maneras paralelas y en interacción constante.