La pobreza franciscana
El tema “pobreza franciscana” -en la narrativa presidencial- tiene mucho fondo. No es una simple puntada retórica. Más bien responde a subterfugios lingüísticos que pretenden reeducar la percepción ciudadana, dando a la pobreza un valor aspiracional equivalente a un valor moral.
Esta frase no sólo pretende justificar la incapacidad gubernamental para impulsar una economía sustentada en la productividad, sino que es la trampa para privilegiar la pobreza como un estado social ideal -el mismo argumento que la oligarquía europea medieval utilizaba para justificar la existencia de la pobreza-, pero aquella ofreciendo a cambio un lugar en el cielo, aprovechando parábolas de la Biblia que estigmatizaban la riqueza.
En contraste -como narrativa de la 4T-, la idealización de la pobreza se convierte en un inmovilizador social para frenar la aspiración legítima de todos los mexicanos de acceder a mejores niveles de calidad de vida, lo cual significa independencia económica y libertad de pensamiento, así como de afinidad política.
Si desapareciera la pobreza, la 4T perdería el control de una importante reserva electoral que hoy depende de los cheques de la Secretaría del Bienestar para poder sobrevivir.
Revalorar la “pobreza” y en contraparte fustigar el legítimo deseo de cada mexicano de mejorar su capacidad de compra, representan un intento de reeducar la percepción pública para sustituir la “movilidad social”, -que sustenta el esfuerzo de la gente asalariada por ofrecer a sus hijos oportunidades de desarrollo para que en el futuro tengan las comodidades de “la gente rica”-, a cambio de la trasnochada “lucha de clases”.
La “lucha de clases” representa la ideología que durante el socialismo del siglo XIX promovía el orgullo de la clase trabajadora por pertenecer a ese sector social. Estimulaba la confrontación en contra de la burguesía y las clases “acomodadas”.
A través de esa narrativa que idealiza la pobreza, se estimula el conformismo que genera resignación, a cambio de un cheque de ayuda social entregado por este gobierno. Esta revalorización de la pobreza se vincula también con la reiterada narrativa que justifica la delincuencia como resultado de la pobreza.
Representa la estrategia de dotar de significados de lucha social a la delincuencia organizada, como si sus acciones criminales tuviesen una intención de reivindicación política de viejas injusticias, que sin duda existen. Sin embargo, nadie le explica al pueblo que no hay forma de obtener recursos para financiar los programas sociales si éstos no se generan a través de los impuestos que pagamos quienes hemos estado siempre en el sector productivo.
Uuuy … ¡qué miedo!
La respuesta presidencial dirigida a los gobiernos de Canadá y Estados Unidos al ritmo de Chico Che y su grupo “La Crisis”, seguramente no tiene equivalente en la diplomacia universal contemporánea.
Que esos gobiernos manden el mensaje al presidente Andrés Manuel López Obrador de que se tome “en serio” este asunto -relativo al diferendo energético dentro del T-MEC- es de vergüenza nacional.
La diplomacia mexicana, -que ha sido tan respetada en el mundo durante el siglo XX y hasta antes de este gobierno-, con esta anécdota populachera ha vivido un momento denigrante.
Una narrativa patriotera podría convertir al Presidente en un héroe ante los ojos “del pueblo”, pero nos heredaría una mala relación con nuestro más importante socio comercial y vecino. ¿A usted qué le parece?
RICARDO HOMS
Twitter: @homsricardo
Presidente de la Academia Mexicana de la Comunicación