Un sacrificio para mí
1) Para saber
Hay una película, bélica y dramática, en la que aún no he encontrado a alguien que no le haya gustado. Ganadora de dos Óscar en 2017, dirigida por Mel Gibson: “Hasta el último hombre” (en inglés, Hacksaw Ridge). Con el actor Andrew Garfield que interpreta la historia real de un soldado del ejército de los Estados Unidos, Desmond Doss, cristiano Adventista, que se negó a portar armas y a entrenar en sábado por sus creencias religiosas. Ello provocó el rechazo de sus superiores que intentaran darlo de baja, lo atormentaran con trabajos agotadores, cárcel, golpizas, burlas, humillaciones de sus propios compañeros, para que él mismo desistiera, pero no lo consiguen.
Ya en plena Segunda Guerra Mundial, derrotado el ejército estadounidense en una batalla de Okinawa, desde lo alto de un acantilado, Doss va a regresar al campo de batalla para rescatar a sus compañeros heridos de los que se pensaba habían muerto. Uno por uno, con valentía, bajo el fuego enemigo y rezando, logrará salvar a más de 75 hombres. Hasta que herido baja agarrado de su Biblia. Fue condecorado con la Medalla de Honor por el presidente Harry S. Truman. Doss se casó y permaneció casado con Dorothy hasta su muerte en 1991 de 87 años.
Los actos heroicos conmueven, pero además si fueron realizados en beneficio de uno, adquieren una especial belleza llena de afecto y agradecimiento. A ello se refiere el Papa Francisco cuando nos dice que el sacrificio de Jesús, cada una de sus palabras, cada mirada, sus sentimientos, tienen un poder salvífico para cada uno, y se recibe en los Sacramentos.
2) Para pensar
En el Evangelio encontramos personajes que son salvados por Jesús. Sea de una dolencia como paralíticos, ciegos o endemoniados, otros son resucitados como la hija de Jairo y Lázaro, pero sobre todo, son perdonados de sus pecados como la samaritana o el ladrón que muere en otra cruz junto a Jesús. Son beneficiados del poder salvífico de Jesús.
Por ello, en su Carta el Papa Francisco nos invita a identificarnos con ellos y recibir ese poder salvífico: “Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados”. Porque Jesús continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos.
Pensemos si acudimos a las ceremonias religiosas solo como espectadores, o aprovechamos para recibir la salvación ofrecida por Jesús.
3) Para vivir
Se ha reflexionado sobre aspectos de la belleza de la liturgia: la ornamental, la del encuentro con quien se ama, la de un sacrificio hecho por amor… Ahora reflexionamos que ese sacrificio es por cada uno de nosotros; que nos involucra realmente. Por ejemplo, en la ceremonia litúrgica de una boda, parecería que los únicos involucrados son los novios, el sacerdote y los padrinos. Pero no. Cada asistente puede beneficiarse de los bienes de salvación, de la gracia, ganados por Jesucristo en la Cruz. Si lo vemos sólo como un acontecimiento social, nos quedaríamos con una visión muy empequeñecida de lo que está ocurriendo: El único y gran Sacrificio de Jesús para mí.
Pbro. José Martínez Colín
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