Yo con Claudia
Hasta el último minuto, de la última hora, del último día de su mandato yo he de estar con Andrés Manuel López Obrador.
Un privilegio, un gran honor -el más grande en mis 72 años de vida- ha sido para mi seguir los pasos del hombre que inició el proceso de transformación pacífica, democrática, radical y en libertad de la vida pública en México.
No hay en el mundo un movimiento social así; tan masivo, tan potente, tan original. Un movimiento capaz de derrotar, sin siquiera romper un vidrio, a uno de los regímenes más longevos, autoritarios, complejos y corruptos de la historia moderna.
No hay en el mundo una revolución que garantice, a sus adversarios, que son legión y están furiosos, todos sus derechos y libertades y que, en una situación de desventaja ante los poderes fácticos, se juegue la vida en las urnas.
De una proeza extraordinaria fuimos capaces las y los mexicanos en 2018. Protagonizamos entonces una verdadera insurrección cívica que, este domingo 2 de junio, deberemos repetir.
No serán éstas sólo unas elecciones más como muchos “líderes de opinión” pretenden presentarlas.
Esta vez y como dice la canción de Inti Illimani ,“no se trata de cambiar un presidente” y “será el pueblo el que construya un México diferente”.
Aunque, resultado de una copiosa e inobjetable votación a favor de López Obrador tuvo, el viejo régimen corrupto, que abandonar el Poder Ejecutivo, logró estos años, atrincherarse en el Poder Judicial y en otras instituciones del Estado.
Los poderes fácticos por su parte se empeñaron en una ofensiva, sin precedentes en la historia por su virulencia, constancia y masividad, en contra del gobierno de la 4 Transformación.
En seco los paró, en la mañanera, el Presidente.
Nunca les tocó ni una coma a sus escritos, ni levantó el teléfono para amenazarles, comprarles o seducirles.
Nunca eludió la necesaria y saludable confrontación ideológica sin la cual la democracia carece de sentido.
Nunca dejó de decirle sus verdades a quienes, hasta 2018, estaban acostumbrados a mentir impunemente.
Sólo ante el pueblo se hincó este hombre que hizo posible -en las barbas de quienes le consideraban un enemigo al que era preciso aniquilar a toda costa- una revolución silenciosa; la de las conciencias.
Tan profunda fue esta revolución; tan radical que, por primera vez, después de 200 años de vida independiente, tendremos en este país, donde el machismo es nuestra segunda piel, una presidenta de la República.
Tocará a Claudia Sheinbaum Pardo continuar la tarea iniciada por López Obrador. Han luchado y gobernado juntos por más de 20 años; comparten ideales, principios y convicciones.
Me atrevería a afirmar, incluso, que están hechos de la misma pasta. Entre el pueblo se pierden, ante él se arrodillan, a él habrán de volver; el primero ahora en octubre que termina y Claudia dentro de seis años.
Nadie más consciente de la caducidad del poder que aquel o aquella que ha luchado por conquistarlo en las urnas y respetando, como ambos lo han hecho, las reglas de la democracia.
Andrés Manuel no llegó solo; Claudia tampoco llegará sola. Millones de mexicanas y mexicanos que queremos un país más democrático, igualitario, justo y en paz llegamos con ellos a Palacio; en él, en ella nos reconocemos.
De ahí su legitimidad. De ahí su fuerza.
Si la vida me alcanza yo con Claudia, como con Andrés Manuel, he de estar -y será un honor- hasta el último minuto, de la última hora, del último día de su mandato.
Por lo pronto la primera tarea es un acto personal de rebeldía que habré de consumar en la soledad de la urna -y al que te invito a que te sumes- al cruzar la boleta electoral en el espacio con el nombre: Claudia Sheinbaum Pardo.