El drama humano que avanza desde el sur
México se ha convertido, en los hechos y especialmente en esta administración, en un país hostil para los migrantes indocumentados. Entre el fenómeno masivo de caravanas migrantes de miles de personas que huyen de sus países (Honduras, Haití, Cuba y Venezuela) y las presiones del Gobierno de Estados Unidos para que esos grupos no avancen por territorio mexicano ni lleguen a su frontera sur, la política migratoria de nuestro país se volvió persecutoria contra los migrantes en tránsito, incluidos niños, familias y mujeres embarazadas.
Hoy a los migrantes que pretenden cruzar por territorio mexicano para llegar a Estados Unidos no sólo se les persigue, acosa y retiene contra su voluntad en cárceles disfrazadas de Centros Migratorios y en condiciones insalubres, sino que incluso se utiliza contra ellos, cuando oponen resistencia, la fuerza pública con la Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración convertidos en una policía migratoria que llega a casos de violencia y brutalidad policiaca que ya cobraron una vida en el sureste mexicano.
El domingo, en un camino de Pijijiapan, Chiapas, la Guardia Nacional (GN) disparó en contra de un grupo de migrantes de varias nacionalidades que ignoraron, a bordo de una camioneta, una señal de alto de los militares mexicanos. En respuesta "a una amenaza a su integridad", dijo la Guardia en un comunicado, los agentes federales dispararon dejando heridos a cuatro tripulantes del vehículo y matando a uno de nacionalidad cubana.
En una semana de este drama humano que se mueve por el sur-sureste mexicano, no ha habido ni una sola mención del presidente López Obrador en sus conferencias diarias o en sus giras del pasado fin de semana justo por el sureste. El dolor y la vulnerabilidad de los migrantes no existen en el discurso presidencial; más bien reaccionaron a esta nueva Caravana desde Texas, donde el gobernador Greg Abbot ya movilizó a sus agresivos rangers y policías estatales a su frontera con Coahuila, con la amenaza de que "si se acercan los migrantes los recibiremos con la fuerza y les impediremos pasar a nuestro territorio".
Sin minimizar la gravedad del fenómeno migratorio que proviene de Centroamérica y el Caribe y, aun concediendo el argumento de que miles de migrantes son engañados y azuzados por "mafias de trata" que los engañan y organizan, la realidad es que la política migratoria histórica de México ha dado un viraje de 180 grados y se ha vuelto la más dura, persecutoria y represiva de que se tenga memoria en un país históricamente de migrantes, tanto expulsor como receptor. Paradójicamente ese giro se produce en el primer gobierno de izquierda que hay en el país y con un Presidente que, durante su campaña y en su toma de protesta, ofreció "respeto absoluto a los derechos humanos y puertas abiertas a nuestros hermanos migrantes".
Y sí, cada país tiene el derecho de proteger su territorio, su soberanía y sus intereses y a hacer que se respeten las leyes migratorias. Pero ante las evidencias de que el endurecimiento inédito de la política migratoria de México no ha sido totalmente una decisión soberana, sino más bien un imperativo de la presión, las amenazas y los acuerdos con los Estados Unidos para proteger sus intereses, vale la pena preguntarse: ¿en qué momento pasamos de ser un país amigo de los migrantes, que exigía trato humanitario y digno para sus propios migrantes, a convertirnos en un territorio hostil en donde se acosa, se persigue y hasta se mata a migrantes, incluidos niños, familias y mujeres embarazadas?…